Un mosaico del patio nacional

CONTRATAPA | Por Manuel Barrientos
Chacabuco llegaba al centenario de su vida institucional y decidió escribir una oda a su pueblo y a su gente. En aquel 1965 se organizaba un concurso para crear el Himno de la Ciudad. Pero ella pensaba en algo más que eso, quería gestar un himno criollo, una marcha canción, con partitura de Lili Grossi, también de alma docente, su amiga, la profe de música. 'Han marcado en el llano delatado / un mosaico del patio nacional / Las Estacas, recostada en el Salado, que acaricia su borde ancestral', garabateó en un papel.
Un zaguán, un pasillo largo, el aroma de los cigarrillos suaves, el tarareo de La Marsellesa, un suéter elegante, de algún color que estuviera en línea con su vitalidad. Ese conjunto de cosas anticipaba, en aquella casa que gestó tanta cultura, la presencia de Elba Dionisia Porterie de Benac. Más conocida como Coca, a secas.
Treinta y cinco años de docencia, directora legendaria de la Escuela 4; y una de las piezas fundantes del teatro chacabuquense. Y del mítico teatro C.O.P.A.C., junto a Miguel Ángel Benac, Amauri Marino, Chazarreta y muchos más.
Su familia era amante del teatro, desde chica viajaba a Buenos Aires a presenciar las puestas de las compañías de los hermanos Podestá o de Parravicini. Desde la butaca, ella se soñaba allá, arriba, en el escenario. Pero era muy difícil hacer teatro en el Chacabuco de medio siglo atrás. Hasta que nació el Ateneo, bajo el lema 'Cultura y Progreso', con un director que venía desde la Capital.
Al principio, no tenían ni siquiera una sala, se reunían de forma itinerante en el Círculo Italiano o en el Club Huracán, siempre ahí sobre la Avenida Alsina. Sí tenían claro por dónde querían ir: se dedicaban al teatro argentino. Arrancaron con El príncipe heredero, de Julio Sánchez Gardel.
Aunque, tal vez, lo importante fue otra cosa. Coca tenía 18 años y en El Ateneo conoció a su esposo, Miguel Ángel Benac. Al poco de conocerse, se pusieron de novios. Pero no fue un amor rápido: duró para toda la vida. Miguel venía de Navarro y tenía experiencia en las tablas, pronto se destacaron en el grupo. Conseguían ropa antigua, hacían obras chicas, modestas, siempre nacionales.
Ese grupo se disolvió, pero varios años después arrancaron de nuevo, con la Agrupación Teatral Popular Chacabuco, bajo la dirección de Benac y Chazarreta. Prepararon Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona. Coca hacía de abuela Eugenia, aunque recién andaba por los cuarenta años. Al principio costaba, en Chacabuco no gustaba el teatro, pero fueron creando su público.
Siguieron La barca sin pescador y Prohibido suicidarse en primavera, ambas de Casona; Un guapo del 900, de Samuel Eichembaum; y El conventillo de la paloma, de Alberto Vaccarezza. Todas obras muy importantes del teatro argentino. Se sacrificaban con gusto, si acá no había nada, ni televisión. Hasta que el éxito comenzó a crecer con cada obra. Habían encontrado su lugar en el mundo: C.O.P.A.C. Esa sala era el ideal que había perseguido durante muchos años.
En 1976, con la dictadura, vinieron años de silencio. Pero luego del regreso de la democracia, Coca comenzó a montar piezas teatrales con grupos de adolescentes. Las preparaba en su casa y buscaba siempre obras anti-taquilleras, de autores argentinos. En especial, comedias. Aunque alguna vez reconoció que le hubiese gustado llevar a escena La casa de Bernarda Alba, el clásico de Federico García Lorca, con trece personajes femeninos.
Antes de todo eso, Coca había dejado uno de sus grandes legados: el Canto a Chacabuco, la marcha de nuestra ciudad, que escribió en 1965, con la música de su amiga Lili Grossi. Ganaron el concurso del centenario y crearon ese himno que miles de niñas y niños cantaron vestidos con guardapolvos blancos durante décadas: 'Las Estacas, Guardia Nacional / Gloriosos pilares de mi ciudad / De Chacabuco mi pueblo querido / De Chacabuco mi pueblo natal'.
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