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Un pueblo fierrero

19/02/2024
Un pueblo fierrero

CONTRATAPA | Por Manuel Barrientos

Chacabuco es una ciudad de autos. Aunque, si me permite la expresión que usamos acá, le diría que somos un pueblo fierrero. Como pocos. Como ninguno. Bueno, bueno, no se ponga así, podemos compartir el podio con Arrecifes y Balcarce, pero la cosa no pasa de ahí. ¿Le parece que exagero? 

Escúcheme, no nos aceleremos, rum rum, vayamos por partes, o por autopartes, con perdón del chascarrillo. En la secundaria tenía amigos para los que auto y persona eran la misma cosa, había una identificación directa, uno era expresión de la otra. El automóvil era como el documento de identidad de una persona, o mejor que el DNI incluso, porque el estado de conservación del coche podía dar testimonio preciso de cómo era una persona con sus cosas. Si las cuidaba, las respetaba, las mimaba. Era como un currículum público que permitía que una persona hiciera negocios con otra, se le comprara una propiedad o hasta fuera tomada en un trabajo. ¡Qué mejor signo para saber si se podía confiar o no en alguien! Si tenía en mal estado el auto -sin dudas, lo más preciado por el hombre-, ¿cómo podría llegar a ser el trato que le dispensaba a su mujer, sus hijos, su casa, su empleo? 

Dino, un compañero del colegio, podía describir a cualquier habitante de esta ciudad por el auto que manejaba. ¿Cómo no lo conocés a Rodríguez, el que tiene el Ford Sierra rojo con las llantas cromadas? ¿Y a Rossi, el del Taunus cremita que antes era de Fernández? Y así con cada sujeto que transitara por estas calles. A Dino, o a mis primos De Miguel, estoy seguro que si uno los sometía a la prueba de taparles los ojos con un pañuelo y cualquiera de ellos le podía indicar con precisión cuál era el auto y el piloto que pasaba por la calle, de acuerdo al sonido del motor, la forma de acelerar, de frenar… 

¿No me cree? Podría mostrarle ahora mismo el amor que tienen ellos por los autos. Busque en internet, ya que está con el telefonito en la mano, ponga, por ejemplo, Carlos y Dino Martinetti, que restauraron y modificaron una pickup Chevrolet 46, fíjese, hasta salieron en programas de televisión de la mismísima Capital Federal. ¿Y mi tío Braulio y mis primos? ¡Por favor! Cuatro décadas acariciando autos en la calle Alvear. Hasta formaron una peña para construir la réplica de la cupé Ford con la que Julián Elguea y Heriberto Román participaron en la carrera Buenos Aires - Caracas en 1948. Esta religión tiene sus mártires, a quienes honramos. Los buenos de Elguea y Román desbarrancaron en los siempre difíciles caminos de altura de Bolivia y dieron su vida por esta causa. Hoy unos de los accesos con los que se ingresa a nuestra ciudad lleva sus nombres. 

Mártires, le dije. Ídolos, también. Muchos y muy queridos: Antonio Saubidet corrió en la primera carrera de TC de la historia, un 5 de agosto de 1939. Fue un mismo día que el de la fundación de nuestra ciudad, por supuesto que no puede tratarse de una casualidad. Sigo: el campeón Colo Espinosa, Luis Minervino, Tito Urretavizcaya, la Oveja Mancuso, Tomy Urreta, Elio Craparo, Ianina Zanazzi, Canino Fancio y paro acá con la lista, aunque podría seguir. 

Para nosotros el Turismo Carretera es como un Mundial, unos Juegos Olímpicos, un superclásico que se juega cada quince días. Acá pesa más la rivalidad entre Chevrolet y Ford que entre Boca y River. No sé si se percata del orden. 

Me salta ahora el recuerdo de unas vacaciones en familia. Yo era chico, regresábamos de la Costa Atlántida, y el auto empezó a fallar allá por Saladillo, quedamos varados al costado de la ruta. Hacía calor, bastante, sofocante, muy mucho. Una de mis hermanas estaba descompuesta, al borde del desmayo, yo me puse dale que dale a los padrenuestros y los avemarías para que alguien nos auxiliara. Y no va que ahí nomás se apareció Patita Minervino, que volvía de una carrera en Santa Teresita. ¿Me entiende usted? Rezar y que se te corporice Luis Minervino, dos veces subcampeón, uno de los más grandes preparadores de la historia del automovilismo nacional, ídolo de Chevrolet. Ahí, ante nuestros ojos, con su 'Petisa Agresiva', atrás, en el trailer. Ni Enzo Ferrari nos hubiera venido tan bien. Patita se sumergió en el motor, dijo que era un problema de carburación, pocos minutos después nuestro auto andaba pisteando mejor que un cero kilómetro. ¿Por qué me mira con esa cara de incrédulo? Ya sé, parece un milagro bíblico filmado en Hollywood, o uno de esos relatos de la lámpara de Aladino. Pero todo lo que le acabo de decir es verdadero, puntito rojo, sangre de dios, sangre tan roja como la cupé Ford con el número 56 que manejaban Elguea y Román en aquella Buenos Aires - Caracas de 1948, en la que dieron la vida para convertirse en mártires de este pueblo fierrero.

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