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'Si ganó un juicio no me pongo eufórico y si lo pierdo no me deprimo'

01/09/2024
'Si ganó un juicio no me pongo eufórico y si lo pierdo no me deprimo'

En las ciudades chicas, los abogados penalistas construyen sus perfiles en torno a sus clientes y la eficacia en los procesos. En Chacabuco, cuando alguien se ve envuelto en un conflicto de tipo penal, sus allegados suelen remitir a tres palabras: 'Llamalo a Elena'. Oscar Elena estudió derecho en la Universidad Nacional del Litoral, hace pocos días obtuvo un reconocimiento del Colegio de Abogados de Junín por sus cincuenta años de trayectoria profesional y asegura: 'Yo no tengo conflictos con nadie'. En diálogo con Cuatro Palabras habla de sus años de estudio, del caso de homicidio que lo marcó en sus comienzos y la construcción en torno a su figura. 'Si gano un juicio no me pongo eufórico, y si pierdo no me deprimo. Esa es la que tenés que tener clarita. Si no, no podés trabajar de abogado. Si no podés ganar, tenés que tratar de empatarlo, poder llegar a un acuerdo', dice. 

 

Por Martina Dentella 

 

Se recibió en el año 1973, el 22 de octubre. Tres meses después le dieron el título, se mudó a Chacabuco y empezó su carrera con máquina de escribir y papel carbónico. Todo fue mutando, inclusive él, que logró captar los cambios tecnológicos para adaptarse. 

La decisión de ser penalista estuvo atada a la posibilidad de obtener medios económicos para subsistir. 'Yo no nací en cuna de oro, y tampoco llegué a la ciudad y tenía un estudio plantado como le pudo pasar a hijos de otros abogados', dice. Eran otras épocas. Se dedicó a eso porque en ese momento era lo que le permitía poder progresar. Y sin perjuicio de eso, hacía todo lo demás. 

En esa época no había computadora ni internet. Rindió libre toda la carrera y vivía con cuatro chicos más, entre ellos el exgobernador de Chaco, Ángel Rozas. 'Vivíamos estudiando, y podíamos hacerlo porque en esa época teníamos la ventaja de que había comedor universitario', asegura. Después, en el año 72 -recuerda- llegó el tiempo de la represión y cerraron el comedor. Fue un problema, le faltaba poco y se vio obligado a emprender algunos trabajos para poder terminar. Cuando volvió a Chacabuco, tenía un título y una ventaja: en la ciudad había solo ocho abogados. 

 

-Crecí escuchando que cuando alguien tiene algún problema penal, acude al Dr. Elena, ¿cómo fuiste construyendo tu carrera?

-La única virtud o principio que siempre tuve es que yo no les miento. Si está detenido, tenés que decir la verdad. Prefiero no tomar el caso y no mentir. Si mentís, entrás en un problema. Doy las posibilidades desde el punto de vista de la defensa. No existe en mi caso 'hay plata para el juez' o tal cosa. Que las hay las hay, no me consta. 

Y la otra virtud es tomar las cosas objetivamente, el problema es del otro, no lo hago carne. 

Cuando llegué a Chacabuco estaba Suárez (Mario), y éramos las dos posibilidades del pueblo. En esa época, me fue bien en algunos casos, no en todos, se gana y se pierde, así es la vida. Siempre traté de ser coherente y sincero para no tener problemas. 

 

-¿Estudiás los casos, cómo los preparas?

-Con tantos años, es distinto. El proceso penal se ha comprimido bastante, entonces cuando lo tomás, tenés idea de lo que va a pasar, y en base a eso vas viendo las alternativas que tenés. Piden indagatoria, la defensa, puede haber prisión preventiva, hay medidas coercitivas, medidas de morigeración a la prisión preventiva como las salidas laborales. Se puede hablar un día entero. Pero nunca es definitiva, hay recursos de apelación que suspenden algunas medidas. Es bastante entretenido. El final lo podés prever, pero nunca hay una certeza absoluta, si hay debate, generalmente podés tener una idea. Puede que un testigo de acta de un hecho, diga todo lo contrario y todo queda nulo. Un sinfín de cosas que pueden pasar. No tenés que dar certezas. Tenés que tratar de buscar herramientas para que sea beneficioso para la persona que defendés, siempre que se aplique la ley. 

 

-¿Hay algún caso que haya marcado tu carrera?

-Uno de los primeros. Fue un homicidio, me vinieron a ver y dije 'qué macana'. Lo tomé. Alegué legítima defensa. A la víctima la matan de un tiro en el corredor de la casa. Al dueño de la casa le había pegado en una serie de oportunidades, lo amenazaba, había un problema persistente entre ellos. Va a la casa con un cuchillo, sale el victimario, el imputado que yo defendí, y le pega un tiro y lo mata. La defensa es que se había excedido porque la casa estaba en construcción y la puerta no estaba colocada. El argumento es que lo mata para defenderse él y a su familia. Cuando vamos a escuchar la sentencia, tercer piso en Tribunales, viene un empleado del juzgado y me dice 'se va'. Se va quiere decir 'sale en libertad'. Se lo dije a la familia. Cuando pasamos y leen el fallo, le dan ocho años. Lo miré y pensé 'qué dijo este tipo'. Me daba ganas de tirarme del tercer piso. Después apelé y gracias a Dios el juez aplicó el beneficio de exceso de la legítima defensa que le permitió recobrar la libertad. Se excedió, pero estaba fundamentado que estaba con la familia, mujer, los hijos chicos. No había puerta, la víctima era de mala conducta, bebedor. Lo mataba uno u otro. Más o menos así era el planteo. Eso me quedó siempre. Pero sobre todo por la macana que me mandé, nunca jamás hay que adelantar nada a los familiares en un juicio. Hasta que no se dicte la última palabra, o el último recurso, no conviene adelantarse a los hechos. Fue duro para mí. Fue muy difícil, estaba toda la familia, yo tenía 25 años, hacía poco que trabajaba. 

 

-¿Cómo te sentís cuando hay una sentencia favorable?

-Creo que ahí está el asunto, ni me pongo demasiado contento si es favorable ni soy un desastre cuando sale una mala. Esa es la que tenés que tener clarita. Si no, no podés trabajar de abogado. El problema es de otro, no podés subjetivizar porque sino sonaste. Lógicamente, hay cosas que te permiten adelantar un resultado final pero no todas. Si gano un juicio no me pongo eufórico, y si pierdo no me deprimo. Si no podés ganar, tenés que tratar de empatarlo, poder llegar a un acuerdo, arreglar, que tu cliente quede lo más contento posible. Pero viste como es, si era fácil, lo ganaban ellos, si es difícil, el abogado trabajó mal. 

 

-En este momento podés hacer un balance, ¿creés que las cosas te han salido bien?

-Muy bien. Viví como yo quise y de esto. Toda la vida. Ahora también, voy haciendo algunas demandas, me siento a estudiar un poco. El derecho se va aggiornado a las etapas de la sociedad. Siempre estoy haciendo algo. 

 

 -¿Cómo te definís como abogado?

-Un abogado humilde, trabajador y con códigos. Nada más. No soy una estrella de Hollywood. Me gusta el trabajo que hice toda la vida. Nunca hay que perder los códigos, con los colegas y con la gente. 

 

-¿Se hacen muchos enemigos siendo abogado penalista?

-A veces te relacionan con el que cometió el delito, y nada que ver. No me enteré si tengo enemigos. He ganado un juicio alguna vez y luego he sido abogado de la otra parte. Yo personalmente no tengo problemas con nadie. 

 

-¿Cómo ves a las nuevas generaciones?

-Hoy en día tenés que hacer una demanda, querés un fallo de X caso, lo sacás, buscás, copiás, pegás. Antes tenías que agarrar el libro, leer. Yo tengo todos los libros macheteados, de cuando estudié pero más de mis años de trabajo. Hoy cambió todo, hay más facilidad pero menos comunicación, más frialdad. 

Los jóvenes que se destacan es porque trabajan mucho, con ganas, con un poco de optimismo y porque lo necesitan también. En eso está la diferencia. Te destacás trabajando. Yo creo que en algún momento me destaqué por eso, por trabajar veinte horas por día. Preparaba las demandas, tramitaba, hacía todo. Era una locura. Tenés que tener una fuerza espiritual tremenda. Tuve muchos problemas también, creo que nadie tuvo tantos problemas. Pero gracias a la profesión estoy acá como estoy. 





 

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