Clase dominante, clase dirigente

Adelanto Contratapa / Por Marcelo Chata García
Comúnmente, al preguntar sobre quiénes son los ricos o los poderosos en el país, el estudiantado nombra a los políticos más conocidos, aquellos que lideran las principales agrupaciones, aparecen en todas las noticias y están envueltos en todos los escándalos y controversias de la gestión pública. Sin dejar de ser cierto que muchos de ellos concentran un poder importante y que han aumentado sus patrimonios vertiginosa y dudosamente, lo que llama la atención es la confusión entre clase dirigente y clase dominante.
La clase dirigente son los que lideran las instituciones públicas y por lo tanto ejercen desde los poderes del Estado la potestad de diagramar las leyes y normas que rigen a la sociedad y juzgar a quienes las incumplen. Con menos poder directo, pero sí con capacidad de presión podemos también nombrar sindicalistas y representantes de cámaras u organizaciones empresariales. Ministros, funcionarios, magistrados, legisladores o mandatarios forman parte de esa clase dirigente, unos más, otros menos, están expuestos en sus actos del juicio social y, medios de comunicación mediante, son conocidos por todos.
La clase dominante en cambio es la poseedora de capital, del gran capital: accionista de las corporaciones o financistas de todo tipo. Ese sector es menos conocido por el público lego, a pesar que hace tiempo tienen una capacidad de influir en los destinos del mundo mucho mayor de la que tienen los Estados Nacionales. No es un grupo uniforme; hay luchas de hegemonía, pues las normativas que favorecen los intereses de un sector, perjudican a otro. El sector que tenga más amañado a la clase dirigente que controle el Estado podrá imponer sus reglas de juego; el resto deberá acomodar sus negocios a esa realidad, al menos hasta cambiar la correlación de fuerza. La mayor parte de la sociedad deberá ajustar sus proyectos de vida y supervivencia, a esos vaivenes de las estrategias dominantes.
En un mundo globalizado, sumamente desigual y con una concentración del capital escandalosa, ningún gobierno puede sostenerse sin asociarse a los intereses de un sector de la clase dominante que le garantice cierta estabilidad económica y desarrollo. El riesgo es que simplemente los grandes capitales se vayan a otros países a la espera que la desestabilización política que eso generaría, los vuelva a colocar en posición cómoda para negociar e imponerse.
La confusión entre ambas clases no es extraña. Foucault decía que el verdadero poder siempre está a las sombras e ilumina aquello que quiere colocar como lo evidente. Desde la mismísima constitución de los Estados modernos, las clases dominantes han preferido tercerizar los asuntos públicos en estamentos secundarios de la escala social. Que ellos enfrenten los cuestionamientos y responsabilidades por sus actos de gobierno que en definitiva son generalmente para garantizar sus negocios: represión a trabajadores, exenciones impositivas, falta de controles fiscales o ambientales, etc. Aprendieron de los riesgos de exponerse demasiado cuando en los años '30 muchos capitanes de la industria -como Henry Ford- mostraban abiertamente su apoyo al fascismo.
Incluso la producción de películas y series pondría en el centro de la escena al poder político y escondería en las sombras al poder del gran capital. Lo privado se colocó enfrentado a lo público y, falsando el relato: lo privado crece a pesar del peso de lo público. Era necesario ocultar que la concentración de capital y la globalización se realizaron manipulando los Estados Nacionales.
Luego, la estrategia neoliberal, a partir de los '80, de desmantelar el Estado fue obvia. El gran capital ya no lo necesitaba, lo consideraba un obstáculo para continuar con su acumulación y era posible aventurar una democracia de mercado. Pero el mundo resultó mucho más complejo, y las psiquis también. De repente, miembros de los sectores dominantes salieron de las bambalinas para participar directamente en el escenario político. He ahí la perplejidad de Franco al ver que Mauricio, en lugar de hacer negocios con el Estado, asumió la aventura de presidirlo. Cambio de estrategia. Elon Musk ya no se conforma con financiar una campaña, se instala como funcionario. Magnates locales como Galperín intervienen abiertamente en defensa del gobierno actual, de manera furibunda y agresiva.
Salir de las sombras parece tener sus consecuencias. La población comienza a conocer de las decisiones de quiénes depende. Y no todos están dispuestos a ser complacientes o pasivos. Tesla sufre la caída de venta de sus autos eléctricos y es objeto de bandalización. Coca-Cola pagó caro entregar sus obreros latinos a las razias de Trump. La correlación de fuerzas es así, olvidan que somos más.
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