Contra el silencio: desafiando traumas que no se borran

Por Mariano Rato
A veces, los sucesos traumáticos del pasado –abandonos, abusos, pérdidas y relaciones dolorosas– se convierten en cicatrices que parecen resistir cualquier intento de "arreglarlas" en la terapia. Es innegable que no siempre encontramos soluciones simples o respuestas definitivas. Estos eventos nos marcan de forma profunda, y la complejidad de sanar reside en reconocer que, para muchos, el proceso es largo y, en ocasiones, se siente inconcluso.
En el día a día, tendemos a guardar silencios. Callamos lo que nos duele, ya sea por miedo al juicio o porque no encontramos el espacio adecuado para expresarlo. Estos silencios pueden volverse tan pesados que, sin darnos cuenta, nos impiden avanzar. Es fundamental entender que hablar de estos temas no es sinónimo de debilidad; al contrario, es un acto de valentía que abre la puerta a nuevas formas de comprender y enfrentar nuestro sufrimiento.
No se trata de desahogarse con cualquiera, sino de identificar aquellos espacios –terapias, grupos de apoyo o círculos de confianza– en los que realmente se escuche de forma activa y respetuosa. Compartir lo que nos afecta en un entorno seguro permite, poco a poco, transformar el dolor acumulado en un proceso de reconstrucción personal. Al articular esos silencios, empezamos a desmantelar el poder que ejercen sobre nosotros.
La terapia, lejos de ofrecer una solución mágica, nos enseña a convivir con nuestras heridas. Nos invita a trabajar con lo que llevamos dentro, a identificar los patrones que repetimos y, gradualmente, a relacionarnos de forma distinta con nuestro pasado. Reconocer que el sufrimiento es inherente a la condición humana es el primer paso para liberarnos de la culpa y la vergüenza que a menudo acompañan a los traumas.
Cada historia es única y, aunque la sanación completa pueda parecer inalcanzable, hablar de lo que nos duele es fundamental. Al hacerlo, no solo aliviamos la carga emocional, sino que también nos permitimos construir relaciones más saludables y auténticas, tanto con nosotros mismos como con los demás. Se trata de encontrar el valor para romper el silencio y elegir espacios que nos nutran en este camino de transformación.
En definitiva, expresar nuestras experiencias dolorosas es un acto de amor propio y de humanidad. No es necesario tener todas las respuestas de inmediato; lo importante es iniciar la conversación en los lugares adecuados. Aunque los traumas puedan resistirse a desaparecer por completo, la capacidad de expresarlos y trabajarlos nos brinda la posibilidad de transformar nuestro dolor en una fuerza para seguir adelante.
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