Conversaciones sobre la Iglesia y el mundo

(*)Por Washington Uranga
Los cardenales que participarán de la elección del sucesor de Francisco ya están instalados en Roma. La burocracia vaticana se esfuerza por mantener cierto manto de misterio sobre lo que ocurrirá una vez que los cardenales se encierren para debatir. Se estima que el cónclave comenzará formalmente entre el 5 y el 6 de mayo, cumpliendo con los plazos establecidos en la constitución "Universi Dominici Gregis" promulgada por Juan Pablo II en 1996 y reformada muy parcialmente por Benedicto XVI en 2013.
Las normas eclesiásticas indican expresamente que, mientras dure el proceso de elección, quienes participen del mismo permanecerán aislados de todo contacto con el exterior, privados de teléfonos e impedidos incluso de leer diarios, escuchar radio y ver televisión.
Más allá de si tales reglas son factibles o no de ser cumplidas en las actuales condiciones del desarrollo tecnológico, los funcionarios del Vaticano han sido instruidos para 'hacer precisos y severos controles, incluso con la ayuda de personas de plena confianza y probada capacidad técnica, para que en dichos locales (donde se sesiona) no sean instalados dolosamente medios audiovisuales de grabación y transmisión al exterior', tal como consta en el documento que ordena el funcionamiento del cónclave.
Pero ¿por qué se demora el comienzo del cónclave si están allí todos los presentes e incluso se realizan encuentros denominados 'congregaciones generales'? Matteo Bruni, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, lo informó pero hablando elípticamente. Manifestó que los cardenales electores "comenzaron la conversación sobre la Iglesia y el mundo". Al margen del argot eclesiástico la frase indica que los cardenales electores iniciaron reuniones plenarias en las que cada uno expone su diagnóstico sobre la situación actual de la Iglesia Católica, los desafíos que enfrenta y aporta sus ideas para la acción futura. Lo que se dice en las 'congregaciones generales' también puede entenderse como una suerte de 'plan de gobierno' para que los demás tomen nota sobre cuáles son los propósitos del orador para el caso de ser finalmente electo papa. A través de esas presentaciones se generan alineamientos, se visibilizan acuerdos y diferencias.
Paralelamente, fuera de los recintos formales y oficiales, se producen encuentros y diálogos reservados entre cardenales y en grupos de ellos. Esos también son espacios para intercambiar y debatir sobre qué debe y puede hacer la Iglesia de aquí en más y qué se le encargará como mandato y orientación al futuro papa. Aún admitiendo -claro está- que quien resulte electo asume la totalidad del poder eclesiástico y en consecuencia goza de autoridad y autonomía absoluta en sus decisiones.
Todos estos intercambios -sobre todos los iniciales- sirven además para evaluar lo hecho, en este caso, por Francisco. Es evidente que hay quienes consideran que el proceso de reformas que Bergoglio impulsó tiene que continuar y otros, particularmente los más conservadores, que pretenden ponerle un freno. Tanto en lo referido a los cambios en la Iglesia como a la forma que la institución tiene de proyectarse hacia la sociedad y de dialogar con sus interlocutores.
Estos son los debates previos y de fondo, necesarios también para fijar posiciones y, finalmente, para que los electores puedan llegar a la conclusión acerca de qué cardenal surge como el mejor candidato para encarnar la propuesta de gestión eclesial con la que más coincide y más lo representa.
Para la mayoría de los cardenales se plantea un delicado equilibrio entre la prisa por cerrar el vacío de poder (la 'sede vacante') que se vive en la Iglesia ante la muerte de un pontífice y la cautela imprescindible para actuar con la mayor responsabilidad en una instancia tan importante sin cometer errores en la selección de la persona que cada quien considera más adecuada para ocupar la máxima responsabilidad del catolicismo.
¿Hay influencias externas, presiones del poder político, económico, de las corporaciones? Inevitablemente las hay aún cuando no se manifiesten expresamente en Roma y en estos días. De los 133 electores que tendrán derecho a voto 51 son europeos, 23 asiáticos, 18 africanos, 21 latinoamericanos, 16 norteamericanos y 4 de Oceanía. En términos religiosos, pero también políticos y culturales, cada uno de ellos 'representa' a su país y a la región del mundo a la que pertenece. Es decir: no es independiente de las influencias ni de las tensiones de poder de todo tipo en la que se encuentra inmersa su iglesia local, la sociedad y el país en el que vive. En consecuencia, la decisión final sobre su voto estará cargada de todas estas características y también condicionamientos.
Solo habrá 'fumata blanca' anunciando que 'habemus papa' cuando, después de muchos diálogos, discernimientos y también negociaciones, los dos tercios de los cardenales coincidan en que uno de ellos puede conducir a la Iglesia para ratificar el rumbo que le imprimió Francisco o reajustar nuevamente la orientación. Mientras tanto seguirán 'las conversaciones sobre la iglesia y el mundo'.
(*)Para Bisemanario Chacabuco
Relacionadas
