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Cuando la carne y el pan eran distribuidos a domicilio en la zona rural

07/05/2025
Cuando la carne y el pan eran distribuidos a domicilio en la zona rural


En su libro 'Historias de gente común', Carlos Alberto Berrueta, exvecino de Chacabuco, dedica uno de los capítulos a relatar cómo era la vida en el campo allá por mediados del siglo pasado, cuando pasó su niñez y parte de la adolescencia, con su familia, en un establecimiento de la zona de Membrillar.
'En aquellos años era un tanto duro y sacrificado vivir en el campo, lejos del confort de estos días. Se dependía mucho de lo que se producía', cuenta Berrueta, y señala que se trataba de consumir todo lo que se cultivaba en la propia chacra, por lo que era difícil que en las cercanías de cada casa no existiese 'una huerta bien surtida que proporcionaba las verduras y hortalizas durante gran parte del año'.
En lo que respecta a frutas, agrega el autor, 'sólo se compraban esporádicamente bananas o manzanas'. Eso ocurría cuando las plantas que tenían en el campo, como los naranjos y las plantas de mandarina, ciruela o duraznos, no estaban en época de dar sus frutos.
El resto de los elementos y alimentos necesarios para la subsistencia, escribe Berrueta, 'eran en gran parte suministrados por vendedores que se llegaban a las casas de campo, en algunos casos luego de recorrer importantes distancias desde pueblos cercanos'.
También existían los comercios rurales. Por aquella época, por ejemplo, en el camino a O'Higgins, cerca de Membrillar, se había instalado una carnicería que pertenecía a la familia Boccardo. 'En esas carnicerías de campo era poca la carne que se vendía en el mostrador, la mayoría se repartía en la zona yendo casa por casa, o más bien campo por campo, en un carro o sulky modificado al que se le colocaba una cajón de madera, en muchos casos recubierto en su interior por hojas de chapa convenientemente clavadas', señala el autor. Dentro del cajón, los cortes destinados a cada cliente eran unidos en un gancho de alambre tipo 'mosquetón'.
Los repartos de carne, cuenta el exvecino, solían realizarse cada dos días, debido a que las distancias eran grandes como para atender 'a todos los clientes en forma diaria'. Tampoco se podía ser muy exquisito a la hora de elegir un corte. Por el contrario, lo normal era solicitar 'cortes surtidos' que iban variando durante la semana.
Cuando por alguna razón no se podían faenar vacas, por problemas con las ferias a las que compraban o porque el arreo se demoraba, los carniceros 'siempre contaban con una majada de ovejas a la que se recurría en emergencia para no dejar a los clientes sin carne'. Por lo tanto, relata el autor, era normal que cada tanto se comiera 'un estofado de oveja o un puchero grasiento'.
La conservación de la carne era otro tema complicado por aquellas épocas, en las que no había heladeras de ningún tipo. Lo que se hacía, dice Berrueta, era conservar el producto en una 'fiambrera'. Así se llamaba a una caja que tenía sus costados recubiertos por una 'tela mosquitera', piso de madera, techo de chapa y un gancho al centro para colgarla 'a la sombra, bajo una planeta de tupido follaje'.
Para no correr riesgos sanitarios, en la casa de los Berrueta se cocinaba toda la carne al mediodía 'y se guardaba cocida en la fiambrera para consumirla en la cena'.
En la zona de Membrillar también se distribuía a domicilio el pan, mejor dicho la 'galleta de campo', que aguanta más que el pan sin endurecerse y aunque esté dura puede consumirse. Cuenta el autor que el panadero que los proveía se llamaba Carlos Schiavone. 'Llegaba a mi casa martes y jueves, siempre en horas de la tarde, con una roja y medio despintada chatita Ford A, en cuya caja cargaba las bolsas de arpillera repletas de galletas, las que pesaba mediante un pilón (casi siempre dejaba tres kilos). Luego de tapar la carga restante con una lona, para evitar que se llenase de tierra de la polvareda del camino, emprendía el regreso a O'Higgins, donde a la entrada estaba su panadería, llamada La Unión', relata Berrueta en 'Historias de gente común'. Más adelante, el autor también describe con lujo de detalles a otros proveedores que visitaban los campos para vender distintos elementos de primera necesidad, los que muchas veces cambiaban por huevos u otros productos.

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