Dame un talismán

Por Juliana Chacón
A lo largo de la historia construimos talismanes, los pasamos de mano en mano. Son esos amuletos, objetos de buena suerte, protectores, con el suficiente poder mágico como para detener lo que sea que se nos vuelva oscuro.
La palabra talismán ya se conocía entre los antiguos griegos. Llega a nuestra lengua como derivación del verbo griego 'teleo', pasando por el francés, que significa causar efecto. Esta palabra había sido tomada del persa 'tilism', donde hay registros desde por lo menos 1637. Los Neanderthales ya utilizaban amuletos en los entierros, llamadas figuras de Venus, que datan desde 25000 AC. La Estrella de David, el Jamsa (Mano Protectora o Mano de Dios), el anillo de los cinco metales, el árbol de la vida, el escarabajo, el anj, el corazón (que reemplazaba al que se extraía durante la momificación), la hebilla, el Nudo de Isis, la cruz, el pez, el Buda, los mandalas, el Om, el Nudo Eterno son algunos de los talismanes y símbolos de las culturas judía, egipcia, budista y cristiana. Sus derivas en la cultura popular son múltiples.
Todavía llevo una pulserita roja que me regaló la Maru hace casi diez años. Conserva su color. Pero no pudo contra el inefable destino. La llevo, como quien lleva el cariño de alguien que no conoce. Hará unos dos años, una amiga correntina me regaló otra del Gauchito Gil. Pensé en los deseos y ella fue atando los nudos una y otra vez. Al año, siguiendo sus instrucciones, la corté. Durante toda la carrera, fui a rendir cada uno de los finales con una lapicera que no recuerdo quién de mis padres me había regalado. La lapicera estaba rota. No servía para escribir. Pero siempre la llevé conmigo y aún hoy la tengo en la cartuchera que abro a diario cuando doy clases en la escuela.
Todos conservamos algo, un hilo, un botón, un lápiz, un pulóver, un par de medias, un trébol de cuatro hojas, un cuaderno, que enfrenta las fuerzas invisibles de lo que no comprendemos y trae el buen augurio. Regalamos también talismanes, piedras arrebatadas de alguna montaña o valle, ramitas, caracoles. Hacemos pequeños altares con objetos sin sentido aparente que forman una red, a la manera de atrapa sueños, pero atrapan otras cosas. Forman parte de nuestra más íntima manera de comprender la vida, de construir puentes, de salvarnos.
Para conservar la buena fortuna, caminamos sin pisar las juntas de las baldosas, hacemos de equilibristas en los cordones de la vereda. Hay quienes esquivan escaleras o dan saltos, aplauden, dicen palabras mágicas. En esto se juega una forma particular de concebirnos que nada tiene que ver con el 'hombre productivo' y sí con los seres humanos inevitablemente atados a lo lúdico y a lo mágico.
Contra todos los males, siempre hay dos o tres canciones o poemas que me digo. Puede ser 'Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me trató tan mal. Y seguí cantando'. O tal vez: 'Hay golpes en la vida tan fuertes. Yo no sé'. A veces, en cambio, sin razón alguna: 'Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma. Y antes de morirme quiero echar mis versos del alma'. O la de Fito Paez: 'Dame un talismán. No te diré para qué jamás'.
La poeta argentina Olga Orozco fue más allá con el poema 'Para hacer un talismán': 'Se necesita sólo tu corazón/ hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios./ Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría./ Nada más que un indefenso corazón enamorado./ Déjalo a la intemperie,/ donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca/ y no pueda dormir,/ donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío/ sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,/ donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías/ y no logre olvidar./ Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma./ Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,/ y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza./ Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,/ que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,/ que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias./ Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,/ antes que sea tarde,/ antes que se convierta en momia deslumbrante,/ abre de par en par y una por una todas sus heridas:/ que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,/ que plaña su delirio en el desierto,/ hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:/ un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.// Si sobrevive aún,/ si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios;/ he ahí un talismán más inflexible que la ley,/ más fuerte que las armas y el mal del enemigo./ Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que un centinela./ Pero vela con él./ Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;/ puede ser tu verdugo./ ¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!'.
¿Cuál es nuestro talismán? ¿Cuál damos a manera de ofrenda?
Imagen: Figura de Venus, tallada durante el Paleolítico superior, desde hace 40.000 años. Museo de Historia Natural de Viena
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