El agua lleva tu nombre

Por Manuel Barrientos
Fecha patria, fría y brumosa. El paisaje del Delta se vuelve incierto, por momentos sólo se alcanzan a divisar algunos álamos y cipreses rojizos, que se recortan entre sauces aún verdes que resisten al otoño y se imponen en la orilla.
La Interisleña avanza por el arroyo Toro, dejando atrás los emprendimientos turísticos y las casas, algunas suntuosas, algunas deshabitadas. A bordo, queda un puñado de pasajeros, porteños y entre dormidos, en esta mañana de domingo.
Allá, en el cruce con el arroyo Antequera, los colores de La Bambina, azul, rojo, verde, amarillo, irrumpen el espectáculo gris. Chata isleña de hierro, de construcción artesanal, que navega a fuerza de un motor Perkins, hermana de 'El Mañana'. Está comandada por el capitán Quelo Tresk, de campera roja, jean azules, crocs amarillentas y gastadas. De sonrisa amplia y resonante. De barba y melena apenas larga, ensortijada y blanca, coronada por una gorra taqiyah que parece haberse mimetizado con los colores de la chata. A un costado de La Bambina, corta el río una lancha tracker que porta su nombre en letras negras y flacas: 'Haroldo'.
Ya todos juntos, los pasajeros se reparten entre las embarcaciones y remontan el Paraná de las Palmas, más ancho, más amarronado, aún igual de brumoso. Fondean en medio del cauce y se produce un efecto extraño: las embarcaciones se multiplican. Hay canoas isleñas, barcos a vela, más chatas de hierro. Llegan a la quincena. Con un centenar de personas a bordo. Reunidas ahí para festejar un cumpleaños. Los cien, redondos y precisos, del escritor que narró esos paisajes, que volvió personajes a aquellos hombres y mujeres del río. El capitán alza la voz, un poco, lo suficiente para que lo escuchen, y anuncia que, de modo democrático, cede el mando a Haroldo Conti y sus fantasmas. 25 de mayo: son los cien años. Ausente y presente. El río es memoria. Soy los que faltan.
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Docente de Filosofía, Ignacio López Crook se fue a vivir en plan Fitzcarraldo al Delta cuando tenía 30 años. Ahí se reencontró con la obra de Conti, que había leído en su adolescencia. Esas novelas y relatos cambiaron su modo de mirar y de vivir esos paisajes, los cambios en el tiempo, los ritmos del habla de los isleños, la ética trashumante.
En el relato 'Memoria y celebración', Haroldo Conti reconstruye cómo le conmemoraban el cumpleaños en la Isla Juncal a la Vieja Lafranconi, que ya pasaba los noventa, aunque a partir de esa edad había empezado a descontar.
Motivados por ese cuento, un grupo de parejas -Ignacio y Carmen, Betina y Quelo, Juan Bautista y Fabiana- decidieron juntarse para celebrar cada 25 de mayo el cumpleaños del escritor. Leer su obra, flotando en el río, en los Bajos del Temor, ese territorio acuático antropomorfizado, que es el verdadero protagonista de su narrativa.
Conti descubrió el Delta allá por 1948 o 1949 como piloto civil, sobrevolando las islas desde el aeródromo de Don Torcuato. Apenas lograba un poco de altura con el Pipper, o el Cessna, se le aparecía aquel paisaje desgajado, 'con brazos de agua que parecían tantear una forma'. Poco tiempo después, decidió cambiar el avión por el barco y ancló parte de su vida en las islas. Armó una casa a orillas del Arroyo Gambado, construyó el barco 'Alejandra', navegó, nadó, naufragó, cortó mil veces el pasto, habló con los vecinos, escuchó sus historias, sus viejas tristezas y sus viejas alegrías. Vio que ese mundo comenzaba a irse frente al avance modernizador de los años sesenta. Entonces, decidió escribir la novela Sudeste 'para que otros acaso recuperaran a través de una historia que terminaré por creer cierta lo que yo había perdido para siempre'.
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Mediodía patrio de mayo, febo asoma y da tregua para el almuerzo. Circulan tuppers, bandejas y fuentes enlozadas: empanadas de atún, tartas, ensaladas, sandwichs. Agua y vino. Todo a la canasta, comunitario, compartido de barco a barco. Amplificado por un megáfono, Ignacio lee: No se puede decir que el río cambie de una manera en invierno y de otra manera en verano. Cambia. Eso es todo. Las islas, por el contrario, parecen distintas con cada estación que llega. Ariel alza su voz, sus manos tiemblan, trae de los caminos polvorientos de la pampa el trote del tío Agustín yendo de Chacabuco a Bragado. Mané evoca a la Vieja Lafranconi y aquellas ceremonias de amistad. Se pasan libros ajados, ediciones que hacen temblar las manos de coleccionistas y fanáticos, ejemplares amarillentos de colecciones populares. Desde el techo de la Haroldo, Betina Duarte lee con voz fuerte y docente; luego canta. Familia de leyendas de la música, Estanislao Airala junto a sus hijos Prilidiano y Belisario regalan piezas del repertorio folclórico. Arriba de la timonera, se despliega el banderín de los Haroldianos de La Bambina, con los personajes del Circo del Arca de Mascaró.
Carpintero naval y recitador, Eduardo cuenta historias de las islas y convoca la memoria de Teresa Bruzzone, amiga tigrense de Conti; y de una canoíta de madera que se llamaba Mascaró y que había construido el escritor y que luego se perdió y de la que al menos le gustaría poder recuperar una astilla. Guitarra en mano, piernas en bote, Francisco Sicilia ofrece su tema 'Haroldo', que lleva memorias de muelles, espuma y sal, buscando caminos que lo han de abrazar. Tras los aplausos, propone un juego de vocalizaciones, que va conduciendo con destreza, hasta crear una canción en homenaje centenario. 'Haroldo, aquí estamos', entona alguien. Otra voz responde: 'El agua lleva tu nombre'.
Quelo, Ignacio y Carmen parten juntos hacia la orilla. Son pocos metros. Plantan bandera hecha a mano. En colores: azul, rojo y blanco. En letras: Haroldo Conti. Escritor de Chacabuco y de las islas, homo viator, de palabras de gran hermosura, de acuerdo a su amigo Eduardo Galeano. Haroldo Conti ahora da nombre a ese arroyo entre el Sueco y el Paraná de las Palmas. A ese arroyo que no tenía nombre y desde este 25 de mayo lo tiene. Al menos para los habitantes de las islas, a la espera de la cartografía oficial. Para perpetua memoria.
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