El Juego de la Vida: simulaciones que ya construimos

(*)Por Leonardo Amet
Esta es la segunda nota de la serie "¿Vivimos en una simulación?", donde exploramos una de las ideas más provocadoras de la tecnología y la filosofía actual.
En la primera nota nos preguntamos si podríamos estar dentro de una simulación creada por una civilización avanzada. Desde Nick Bostrom hasta Elon Musk, varios pensadores han planteado que, si alguna vez se pueden simular civilizaciones enteras, lo más probable es que ya estemos dentro de una.
Pero… ¿cuán lejos estamos realmente de poder simular el mundo? ¿Y qué simulamos ya, sin darnos cuenta?
Cuando el matemático John Conway diseñó el 'Juego de la Vida' en 1970, no imaginó que décadas después sería citado en discusiones sobre la existencia misma.
Su creación no es un juego en el sentido tradicional. No hay jugadores. Solo hay una cuadrícula, reglas simples y celdas que viven, mueren o se reproducen dependiendo de su entorno. Lo asombroso es que, a partir de ese sistema elemental, nacen patrones que desafían toda lógica inicial: osciladores, naves deslizantes, estructuras que crecen indefinidamente. ¿Vida artificial? ¿Una forma de inteligencia que nadie programó?
Lo interesante es que lo complejo puede surgir de lo simple. Y justo ahí es donde la simulación se vuelve una posibilidad real: bastan unas cuantas reglas bien puestas, y el universo comienza a evolucionar por su cuenta, como un juego que empieza a jugarse solo.
Hoy ya simulamos muchísimas cosas.
- En física, usamos supercomputadoras para replicar condiciones del Big Bang.
- En biología, modelamos cómo se pliega una proteína.
- En inteligencia artificial, creamos agentes virtuales que aprenden y evolucionan.
- En videojuegos, mundos enteros con su propio clima, ciclos de día y noche, y personajes autónomos.
Incluso en el arte y la música usamos algoritmos que, alimentados con ciertas reglas, generan obras que hasta logran emocionarnos. Simulamos la economía, los sistemas políticos, la evolución, el comportamiento humano. Simulamos casi todo... menos a nosotros mismos. O al menos, eso creemos.
Si la simulación es lo suficientemente buena, no tiene por qué parecer una simulación. Tal vez los detalles más 'reales' de nuestro mundo —como la aparente aleatoriedad cuántica o los límites de la velocidad de la luz— no sean más que optimizaciones del sistema. Herramientas para que la simulación funcione sin colapsar.
La pregunta no es solo '¿es posible simular una conciencia?', sino:
¿Cuántos niveles de simulación puede haber?
Y si ya estamos en uno… ¿Cuál es nuestro lugar en esa cadena?
En la próxima entrega: señales extrañas en la física, paradojas existenciales y los intentos por detectar si el universo está corriendo sobre una computadora que no podemos ver.
(*)Dr. por la Universidad de Cergy-Pontoise (Francia), Ing. en Electrónica por la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente dirige las Ingenierías Electromecánica y Electrónica y es investigador del Instituto de Tecnología (INTEC) de UADE.
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