ESCUCHALOS, ESCUCHA, OTRA VOZ CANTA

Por Juliana Chacón
Lejos, sobre el borde rojo del horizonte, serpentea aún el humo de los hornos de ladrillos. Pero el Molino ya fue derribado. Del Prado Español solo quedan fotos. No hay lagüito, ni pérgola, ni estatua pedestre en la plaza San Martín. Ahora se levanta un monumento Punto de la Memoria con una placa de Haroldo Conti.
Haroldo nació en Chacabuco. En las mismas calles por las que caminamos a diario, 'esa calamidad' (como se llamó a sí mismo en el acto de la Escuela Nº 12) anduvo caminos de tierra y polvo, escuchó historias, vivió otras. A los doce se fue pero volvió siempre que pudo y en su literatura no hizo otra cosa: 'durante todo este tiempo no he hecho otra cosa que trotar y trotar sobre este mismo camino rumbo a la tierra que abandoné…' ('A la diestra')
Del Prado, del Bar Japonés, de la vieja estación de colectivos, de la carpintería el Mercurio leí en Conti. Después fui corriendo a preguntarle a mi abuelo, que había nacido en el 25, si aquello había existido. Lo confirmé. Más tarde supe leer sus invenciones. Pero antes lo leí con felicidad, melancolía y tristeza.
Me sorprendí años después cuando descubrí, en la facultad, a la agrupación estudiantil Haroldo Conti. Ahí también lo conocían. Entonces fui tirando del hilo y terminé leyendo cada uno de sus libros. Me topé con sus innovaciones en las formas de escribir, sus rupturas con el regionalismo, sus cuestionamientos al realismo mimético, sus peleas con los literatos. Eso para ser breve.
Esta pampa, este pueblo que tiene pueblos y más pueblos en sus napas, el Delta (donde también vive mi familia paterna), la gran ciudad (a la que miré como si pudiera darme algo y de la que huí para respirar), la mirada posada sobre el horizonte y el camino es el idioma que Conti habla. Detrás de su voz otra voz canta, como dice Viglietti, la voz de los que andan por las fronteras, por los márgenes, los que encontraron ahí la libertad, los vagos, los revolucionarios, los artistas.
Después de la última tormenta, el piso de la plaza San Martín se tiñó de rojo. Son las hojas de los pinos que caen cada mayo sobre el monumento.
(*)Escritora, docente, tallerista.
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