Herbaín y la sólida confianza

Por Manuel Barrientos
Cada 17 de octubre, surge el recuerdo nítido, imponente, del abuelo. Ahora salgo de la escuela, choco contra la Plaza San Martín, doblo por la calle Sarmiento y, a la altura del Círculo Católico de Obreros, comienzo a ver la barriga redonda y prominente, que se asoma por el zaguán de su casa, allá frente al consultorio médico del doctor Nelson Coronel.
Digo que cada aniversario de aquel día de 1945 salta a la memoria la figura de mi abuelo porque, en mi ensoñación, el peronismo y mi abuelo son la misma cosa. Como si uno fuera el arquetipo del otro, como si se hubieran fundido el concepto y el hombre en el personaje de mi abuelo.
Herbaín Jesús, se llamaba. Usted no lee mal, no hay errores de tipeo, así figuraba en su documento de identidad o, para ser más precisos, en su libreta de enrolamiento. Busco y busco y no encuentro otro Herbaín, su nombre es único en el mundo, habrá algunos apellidos que se tipeen de ese modo, pero nombre, lo que se dice nombre, ninguno. Si me deja, le cuento que ese apellido no es de sangre, al Barrientos me refiero, fue el legado de un médico santiagueño para un hijo de mamá soltera, abandonada, malquerida. El abuelo, una rara avis, un sui generis, una anomalía en las hojas amarillentas de la burocracia estatal, algo que se escapa de los parámetros, que se parece a otros, pero que no es idéntico a nada.
Carnet top diez del Partido Laborista que acompañó al General, primer presidente de la Juventud Peronista de Chacabuco, casi dos veces candidato a intendente, ambas proscripto. Su sólida confianza, inmobiliario, tramitador de jubilaciones y pensiones para los pobres que se daban de frente contra los obstáculos estatales, rematador, martillo levantado allá en lo alto, rodeado de personas que soñaban con un lote, una casa, un sillón o un juego de vajilla comprado allá en las europas y se lo llevan el mejor postor. Mujeriego, tira lances hasta en el lecho de muerte, sibarita de bodegones porteños, de querer el menú completo, de manos que se van a los dulces, hombre malhumorado, puteador de familias que se paseaban en motito, hacedor de los peores cafés con leche que se tomaron en este mundo. Galante, ropa limpia y bien planchada, afeitado, poco cabello blanco bien al ras, estampa perenne de recién bañado. Un hombre recto, escuché decir alguna vez a un dirigente radical.
Ojos celestes, rápidos, acuosos: a veces brillantes, en especial, cuando había mujeres cerca; otras veces tristes, cuando el silencio lo ganaba y las palabras se estrellaban en sus labios de varón. Solo una vez lo vi llorar, con una película argentina acerca de un hombre que se debe hacer cargo de su nieto ante la desaparición de su hijo, un abogado tucumano, luchador por la justicia social. Esa vez se fue callado, con el tupercito limpio, ya vacío de la crema, la lata de los duraznos en el almíbar en el tacho de basura junto a un paquete de galletitas fauna, animales de mil formas, confites de colores, imposibles de comer.
Movilidad social ascendente hecha persona, don Herbaín, self made man a lo gaucho, creía en el trabajo y la educación hasta la crueldad, la letra con sangre entra. Se tomó tan en serio lo del trabajo a la casa y de la casa al trabajo que ambos se terminaron amalgamando en un espacio físico mediado por una simple puerta. 2001, 2002, galopa la crisis y la desocupación, y el abuelo, después del café imposible, con grumos de leche en polvo, dice que te pongas a laburar, si vivía en su mundo de fábricas y pleno empleo, avión pulqui, rastrojero, siderurgia al por mayor.
Una foto aparece, de golpe, en la internet. Centro Los Marinos festeja los 93 años, ex presidente don Herbaín, traje azul, corbata a tono, camisa blanca, qué elegancia la de francia, rodeado de amigos, minis, precadetes y cadetes, globos de colores, gaseosas, algunos vinos y una sonrisa que le estalla en la cara, que deja atrás las penas, los errores y el dolor, una sonrisa de comunidad organizada, manos que aplauden y redimen con torpeza los errores de una vida plena y abren la promesa de un futuro mejor.
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