Los velorios de antes

Hasta que en las décadas de los 70 se popularizaron las cocherías y casas funerarias, los velatorios se realizaban en la casa particular del occiso y podían durar más de un día. Eso también pasaba en Chacabuco y hay quienes aún lo recuerdan, como es el caso del exvecino Carlos Alberto Berrueta, actualmente radicado en La Plata, que retrató un velatorio de antes en su obra 'Historias de gente común', publicada en 2022.
Allá por comienzos de los 60 del siglo pasado Berrueta cursaba la secundaria en la Escuela Industrial y con sus compañeros habían realizado un viaje a Chivilcoy, para conocer el colegio técnico de la vecina ciudad y algunas empresas. Su relato referido al tema de los velorios comienza cuando la delegación de estudiantes emprendió el regreso a Chacabuco en un colectivo de pasajeros que venía desde la capital provincial. Así lo cuenta el exvecino:
'Al anochecer del viernes del viernes llegó el momento del regreso. Al subir al micro que nos trasladaría a nuestro pueblo, nos fuimos ubicando en los asientos disponibles, ya que el micro venía con gente desde La Plata. Así me ubico sentado junto a un hombre mayor vestido con traje oscuro y un sombrero negro calzado hasta las orejas. A poco de andar traté de entablar alguna conversación con mi circunstancial acompañante. Le pregunté de dónde venía. 'De Mercedes', respondió. '¿Va para Chacabuco?', le pregunté. 'Sí, voy al velorio de una tía'. 'Ah, sí, ¿y quién es su tía? Por ahí la conozco', dije yo. 'Catalina Lobotti de Daglio', respondió al instante. Mi corazón se aceleró y mi ánimo dio un vuelco brusco. '¡Es mi bisabuela!', le respondí consternado, 'yo la visito todas las semanas'. De esa forma me enteré del fallecimiento de la abuela vieja.
'Al llegar a la Estación de Colectivos, que por entonces se ubicaba en la esquina de Zapiola y Primera Junta, descendimos del ómnibus y emprendimos el recorrido por la calle Rivadavia hasta su intersección con la calle Brandsen (al 101 estaba la casa de la bisabuela). Íbamos a pie y cuando estábamos llegando, al doblar en la esquina, vimos una cantidad importante de carruajes (sulkys, breaks, todos con sus caballos atados) y al llegar frente a la casa una fogata enorme en el patio del fondo, que se veía perfectamente desde la calle dado que era un predio abierto que hasta permitía la entrada de carruajes. Se observaban alrededor de la fogata varias cruces (asadores) con un cordero, un costillar, una parrilla con chorizos y varios parroquianos en plena tertulia, mientras hacían correr de mano en mano (y de boca en boca) una botella con alguna bebida espirituosa.
'Al ver semejante despliegue, mi acompañante, que resultó ser José Fontana, sobrino de doña Catalina, se paró en seco, espantado, y me dijo 'pibe, nos equivocamos, esto no es un velorio'. 'Sí, ¿cómo no va a ser?', le respondí yo, que a esa altura, además de conocer la casa perfectamente, había reconocido a varios de los presentes, entre los cuales, además de tíos y primos, también estaban mis padres.
'El tío Pascual, hijo de la bisabuela, apodado Ñato, personaje singular y extrovertido, había sido el organizador de la parte gastronómica del velatorio de su madre. No creo equivocarme si digo que cuando le avisaron del fallecimiento de su madre lo primero que hizo fue carnear un cordero antes de emprender las cuatro leguas en el break hacia Chacabuco. Cuando algún pariente le preguntaba el porqué de tanta carne en el fuego él respondía, fantasioso y agrandado, mientras arrimaba brasas a la parrilla: 'Es que a la gente hay que atenderla bien y darle de comer como corresponde'.
'En defensa de lo que pensaba y afirmaba el tío Ñato hay que decir que por ese entonces los velatorios se realizaban en las casas de familia, éstas eran mucho más numerosas que ahora y cuando de acompañar deudos se trataba, no era una visita de cumplimiento de 15 o 20 minutos. como para que vieran que había estado. Al contrario, si la relación de amistad con la familia del muerto era más o menos importante, la permanencia era todo el tiempo que duraba el velatorio. Ni pensar, por lo tanto, que un familiar directo en la mitad de la noche se retirara a descansar.
'Así transcurrió el velorio de la abuela vieja, que se había ido a los 99 años, por lo cual la resignación de todos era explicable, no se veían escenas de llantos desmesurados, ni rostros muy apenados, salvo alguna nieta que quería sobresalir de las demás. En definitiva, la bisabuela había tenido una prolongada vida, bien cuidada, querida y atendida por toda su familia. Yo, por supuesto, a pesar del cansancio del viaje me quedé toda la noche en vela departiendo con mis tíos'.
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