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Martín Jaite ahí cerquita

04/04/2025
Martín Jaite ahí cerquita

Por Manuel Barrientos

Remera blanca, camisa beige, zapatillas grises con leves tonos rojos producidos por el polvo de ladrillo. Anteojos negros, el mate en la mano, pelo rubio y ensortijado, un poco raleado. Camilo mira un tanto incrédulo, pero el aluvión de gente que rodea al personaje parece confirmar su identidad. Escucha el sonido seco de una pelota golpeando contra el encordado y no tiene más dudas. Martín Jaite está ahí, a pocos metros. Bien cerquita. Se le vienen un millón de recuerdos en su cabeza.

Camina por las canchas del club Los Marinos, pero su mente se ha disparado a un universo de memorias televisadas. Ahora está en la casa de su tía Angelita, ven un partido de exhibición, en el verano de 1984 o de 1985. Uno de los mejores tenistas del momento, Guillermo Vilas o José Luis Clerc, juega contra la joven promesa argentina que acaba de llegar de Barcelona. El pibe lo enfrenta de igual a igual, el partido se vuelve cada vez más parejo. El público está sorprendido, se suponía que iba a ser una demostración de un gran tenista ante un sparring sin experiencia. La estrella se empieza a poner impaciente y trata de quebrar psicológicamente a su rival. El joven sigue jugando con dignidad, respetando al campeón, pero también al público. Ese día se despierta en Camilo la pasión por ese deporte. Y la idolatría por aquella promesa, que ahora tiene ahí cerca, a pocos metros, con el polvo de ladrillo de las canchas de Los Marinos pegada en las suelas de sus zapatillas.

Piensa en acercarse, en decirle algo. Se abatata, duda de que salgan palabras de su boca. Surge en la zona clara de su mente la figura de un niño que sale con la revista El Gráfico en la mano del kiosko TC y busca entre las páginas las novedades de su ídolo. Lee con atención las primeras entrevistas, allí se entera del exilio de Jaite poco antes del golpe de 1976, del secuestro que sufrió su madre, de la persecución, del viaje en barco a través de las aguas del océano Atlántico, de la vida en Barcelona.

A los diez o los once, Camilo comienza a tomar clases de tenis con Alfredo Gavranovic en el Club Social. Empuña la raqueta Rossignol de madera que le prestó su tío Cacho y sueña con jugar contra Jaite en pocos años en el Abierto de Buenos Aires, en las canchas de Itaparica, quién te dice que en los gloriosos courts de Roma, Montecarlo o, incluso, en el Grand Slam de Roland Garros. Recorta una foto a color del ídolo y se la guarda en el bolsillo de su short. Tal vez sea el talismán que le permita concretar sus esperanzas.

Los éxitos de Jaite se suceden. Ingresa al top 20, logra títulos varios, concreta una hazaña reinsertando a la Argentina en la Primera A de la Copa Davis en un encuentro muy duro contra Chile de visitante. En el segundo semestre de 1989 gana cuatro campeonatos y, al año siguiente, se convierte en uno de los diez mejores jugadores del mundo.

La figurita de la suerte, sin embargo, no puede hacer nada con la falta de talento de Camilo. La baja estatura, los problemas con la motricidad fina (y con la motricidad gruesa) parecen barreras infranqueables entre los sueños y la realidad. Un material imposible aún para las manos de un formador tan calificado como Gavranovic.

A Camilo sólo le queda la posibilidad de seguir el tenis por la tele. Cuando Jaite anuncia su retiro en 1993, la réplica defectuosa también deja las canchas del Club Social. De todos modos, con esas lecturas de El Gráfico y las páginas de los diarios, descubre una nueva vocación: el periodismo. Se da cuenta de que tal vez es el mejor oficio para estar cerca de aquellos personajes y mundos que admira.

Una pelota amarilla roza la red. El tiempo se suspende unos segundos. Camilo mira a Jaite que, a su vez, observa esa pelota que cae del lado contrario. Se define el partido. 

El tenista frustrado piensa en la posibilidad de entrevistar a su ídolo. Saltan decenas de preguntas, sobre el exilio en Barcelona, el primer título en Buenos Aires, la sorpresiva caída contra Andrei Chesnokov en Copa Davis, la hazaña contra Alemania, el rol como entrenador de Nalbandian. 

Jaite saluda y se va. Camilo se queda con las preguntas en su mente. Debería correr y agradecerle tantas alegrías, incluso también las derrotas, por el hecho de intentarlo siempre. Pero se queda inmóvil, ahora no es más que un niño que mira a su ídolo alejarse en las canchas de un club de Chacabuco.

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