No me alcanzan tres vidas para arreglar lo que guardo

Por Sonia Rubino
Hoy vamos a hacer un viaje. Entrar a Casa 'La Bandera Blanca' y charlar con Héctor Francisco Dimattía es algo así como subir a la máquina del tiempo y dejar que la tarde gris nos salude. Vamos en busca de una historia, que no es una historia más. Cómo todas las que las preceden, su impronta es un sello impreso en cada palabra.
A la par del emblemático negocio de nuestra ciudad, camina y por decirlo de alguna manera, el baúl de los recuerdos.
Pero para llegar hasta ahí nuestra máquina hace una parada y escuchamos la palabra de su dueño, comerciante y por su propia definición, coleccionista de antigüedades.
¿Cómo comienza tu camino por el comercio?
'Esta tienda fue fundada por mi abuelo José Dimattia Botta en el año 1918 en Chacabuco. Ya estaba el comercio asentado en Rojas y la traen en sulky a Chacabuco donde instalan una sucursal.'
¿Cómo comienza esa etapa?
'En su inicio fue tienda, casa de empeño y talabartería, con lo cual para esto se contaba con armería, herrería y carpintería para las reparaciones de los objetos empeñados, entre otros. Todo esto funcionó hasta el año 1948 a partir del cual se continuó con la tienda y talabartería.
Aún tengo los tickets de la máquina que estaba en la casa de empeño Montepío, ( Monte de la piedad en Italia) '
¿De dónde era oriundo tu abuelo?
'Nació en Argentina y vivieron en el partido de Arrecifes'
¿Y por qué se instalan en Chacabuco?
'Mi bisabuelo tenía quintas en Arrecifes y después cada hermano se puso por su lado. Al principio eran sucursales y ahora quedó esta sola. Mi abuelo se vino a ésta ciudad."
¿En éste mismo lugar?
'Este edificio, en Pueyrredón 200, había sido construido en 1893 y demolido en 1948 para luego construirse lo que es hoy.
Era una vieja casa y alrededor estaban la herrería, los galpones con la carpintería y lo que fue hasta el año 1918 la casa fúnebre de Mazanova. También estaban los boxes donde guardaban los caballos."
¿Cómo llegas a ser un coleccionista de objetos antiguos?
"En el año 1948, cuando se edifica el nuevo local se hizo un remate. Vino gente de Buenos Aires, compraron las cosas de oro y plata, armas. Lo que quedó yo lo fui juntando, fui comprando y me han regalado muchas cosas los vecinos de Chacabuco.
No sabía qué hacer con tantas cosas y donde era la talabartería armé mi taller, el tiempo me fue llevando, arreglé los techos y comencé a distribuir lo que tenía guardado.
Aún no terminé y creo que necesitaría tres vidas más para componer lo que guardo.
También reciclo cosas que la gente tira y veo si tiene arreglo.
!Hay de todo! Vinieron los equipos de Buenos Aires, del canal Encuentro, de Fiestas Argentinas y sacaron fotos para publicidad de Dekalb que salió en el Clarín Rural"
¿Hoy la tienda es tu fuente de trabajo?
'Totalmente. Es una tienda que todos conocen y una esquina emblemática de Chacabuco'
¿Y el taller/museo es tu hobby?
"Si, si, se puede llamar así, es un pasatiempo que me inspira juntar lo que otros tiran y reparar. No tiene que ver con lo económico."
Entonces la máquina acata la luz verde y seguimos viajando a través del tiempo. Pero para eso necesitamos ponerle un nombre a nuestra dirección.
¿Cómo lo podemos definir, taller o museo?
'No te puedo decir exactamente que es pero te acompaño a ver detrás de la tienda. '
Y entramos al país de las maravillas versión recuerdos. Reconozco que cuando ví la antigua botella de aceite Cocinero casi me pongo a llorar de la emoción.
Ya no hacían falta las palabras y mi grabadora respetó cada segundo de los silencios como si supiera que hablar estaba de más. (A veces me desconoce, pero al final es mi aliada).
Desde las estanterías me salieron al encuentro latas de masitas, colecciones de recipientes y más botellas de gaseosas en diferentes tamaños, balanzas, relojes, una vitrola y un acordeón que me miran directo al corazón, e interminables objetos que me llevan a mis abuelos, a mi niñez y a la de cada uno de ustedes. Como un carrusel mágico desfilaban a mi alrededor material de talabartería y antigüedades que Héctor guarda entre sus tesoros.
¿Vas por la vida juntando recuerdos ajenos?
'Algo así. Hace un tiempo estaban desocupando una casa y me dicen que vaya a buscar un tocadiscos grande. Cuando llegué vi bolsas negras en la entrada, 48 metros de fondo todo lleno de bolsas. Me dieron el mueble, lo cargué y pregunté por las bolsas. Me dicen que era todo para tirar. Y entones, por una de ellas se asoma una carita. ¿Y esta muñeca? pregunto atento a todo lo que se tiraba.
'Es una de las que regalaba Perón en el cincuenta y pico, por ahí está el cuadro tirado también". La respuesta fue un rayo de luz, cargue todo, hice como tres viajes, metí todo contra el garaje, empecé a las cinco de la tarde y estuve largas horas. Lo que no me interesaba lo iba tirando a la calle y un matrimonio se lo llevaba. Era una casa entera en bolsas negras y al final quedó una pila de trapos sucios. De 30 bolsas quedó eso.'
¿Y de dónde salen tantas botellas y botellitas?
'Cuando cerró la confitería Blué Vire (pájaro azul) en el salón Marconi de la Sociedad Italiana, se mudó ahí el club Huracán. Cuando el Huracán sacó la lotería se mudó dónde está ahora, y ahí está el banco Credicoop.
Después que cerró Blue Vire la hija se llevó todo a la casa y recuerdo que fui al remate que se hizo y compré botellas ya cerradas con plomo.'
¿Todo de ahí o de algún otro lado?
'No, solo las que están cerradas. Había 40 cajas en el almacén de mi suegro, me quedé con algunas y las otras saqué a la calle. Después compré en Buenos Aires, mandé a comprar botellas bolita, que las tengo adentro.'
¿Qué es la botella bolita?
'Es una botella con bolita de vidrio dentro que hace de tapón. También podría tener más latas de masitas. Hace muchos años tenía unas cuantas estaban dando vueltas y las tiré.
Las saqué a la calle. Me quiero matar cada vez que me acuerdo. ¡Una reliquia!'
Y a cada paso asoman calentadores, una variedad de planchas, máquinas de fotos, el típico reloj de péndulo, ventiladores de diferentes tamaños, un cuadro del centenario de la Revolución de Mayo, la vieja impresora que supo tener el bisemanario Chacabuco para hacer tarjetas de presentación con relieve, e infinitas especies de utensilios, herramientas y adornos, dignos de una exposición.
Todo prolijamente guardado bajo siete llaves y con el respeto que se merece el pasado.
Cada una de esas cosas ubicadas en estantes cuenta una historia, vivió una vida, fue desplazada por la tecnología o tal vez agonizaron junto a sus muertos.
Guardan secretos, recuerdos, cartas de amor, poemas y también batallas.
A veces duermen, otras me las imagino susurrando entre sí, con toda la impronta que les otorga ser parte de quién sabe quién en algún lugar que tal vez ya no exista.
Las casas se derrumban y se construyen en su lugar altos edificios. Los pueblos crecen al compás de los nuevos tiempos y salen en bolsas negras los recuerdos paridos por un pasado que estoico, asume su derrota.
Pero no hay derrota mientras haya baúles con cartas, estantes con trozos de vidas pasadas, instrumentos que acompañaron una boda, una reunión o una dulce serenata a la luz de la luna.
Es una tarde húmeda y el taller debe quedar cerrado porque ya se abren las puertas del negocio que en un rato nada más se volverá una vuelta al presente, al hoy, al comienzo de clases, al calor de febrero y a la rutina.
Al ayer y al hoy, sólo los separa una puerta y ambos son cuidados con esmero y dedicación.
La Bandera Blanca se iza ante las horas previas a carnaval, el final de las vacaciones, la búsqueda de guardapolvos, cubres y uniformes.
Héctor, el flaco para aquellos que lo conocen de toda la vida, cambia su actitud de coleccionista por la de comerciante que atiende, muestra, aconseja y vende en ese lugar que trajo una vez el abuelo en sulky.
¡Si hay mucho más para contar imaginen lo que queda por ver!
Pero el tiempo es tirano y el deber llama a la puerta. Una puerta que se abre al público y otra que detrás de los mostradores guarda tesoros escondidos y lámparas de Aladino.
Un maravilloso viaje al ayer. El botón rojo se enciende y nos tenemos que bajar de la máquina del tiempo.
De reojo vuelvo a mirar un poquito mas, no me quisiera ir, no sin frotar la lámpara, escuchar el acordeón o descubrir los misterios que encierran las botellas tapadas.
Pero me llevo el boleto que acredita que una tarde de febrero, el pasado me dio permiso para viajar a su encuentro.
¡Gracias Héctor!
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