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Postales porteñas

23/06/2024
Postales porteñas

Contratapa 

 

Por Manuel Barrientos


 

Meto las llaves en la puerta del edificio y veo que una señora de alrededor de sesenta años está saliendo del ascensor. La espero, pero me hace señas de que no, no hace falta, cierre nomás. Comienzo a guardar para otra ocasión la gentileza, pero ella se acerca y, con aire caribeño, dice que necesita pedirme un favor. Miro extrañado, calculando el tiempo que puede llevar su solicitud. La señora adivina mi intención, es un segundo nomás, asevera. 

 

-Necesito que me tome una fotografía -dice.

 

No hay problemas, entonces. Le pido que vayamos a la zona del hall que está mejor iluminada. Mientras nos movemos, saca un diario de la cartera. Con el Clarín del día en la mano, me dice que le costó conseguirlo, que esta tarde tuvo que caminar varias cuadras hasta encontrar un kiosco abierto. Que se vea la fecha, por favor, implora. Mi rostro y la fecha, agrega, que se la tengo que enviar a mi hija. Me alcanza su celular, busco la función cámara y congelo la imagen para la posteridad (o hasta que sea borrada de la memoria del teléfono). 

Por un instante, fugaz, me siento el fotógrafo de Fidel Castro cuando le tomaban imágenes en la clínica, vestido con buzo deportivo de la marca de las tres tiras y el Granma en la mano para certificar que estaba vivo.

 

***

 

Concentrado en la lectura, me aislo del tiempo y el espacio, mientras el colectivo de la línea 12 avanza desde Puente Pacífico hasta Constitución. Cuando dobla en Riobamba, se sube un pibe de unos veintipico de años y, después de abonar el pasaje, camina por el pasillo angosto e interpela a cada uno de los pasajeros. Los mira directo, a la cara, de modo tan fijo y punzante como efímero. ¿Vos sos Scioli?, interroga. Algunos sonríen, otros hacen muecas de fastidio, un tercer grupo hunde su vista en el piso. Llega a la puerta trasera, toca el timbre y se va.

 

***

 

Una pizzería bar de la avenida Corrientes, de esas legendarias, emplazadas cerca de los grandes teatros, en la segunda cuadra que va de 9 de Julio hacia el Bajo. Hago tiempo, en una hora comienza una función de Teatro por la Identidad, el grupo artístico que colabora con Abuelas de Plaza de Mayo. Me siento en una mesa pegada a la ventana, desde ahí podré observar si se va formando mucha fila o no para ingresar a la sala.

Elijo un café con leche y medio tostado de jamón y queso, aferrado a la promoción que se ofrece en la carta. Mientras espero que traigan el pedido, una estrella de rock ingresa al bar y se sienta en la mesa de al lado. Tintura rosa en el pelo, barriga prominente que desborda la campera plateada que le cubre hasta las rodillas, remera negra lisa, bermudas negras, borcegos negros. Sé su nombre, lo he escuchado muchas veces en entrevistas televisivas, no logro que salte a mi memoria ninguna de las canciones de la banda que lidera. 

Frente a la estrella se sienta su manager, o su agente de prensa, una mujer de unos cincuenta años, que tal vez desempeñe los dos cargos. Mientras el cantante agarra la carta, ella habla rápida y furiosa.

 

-¿Estabas nervioso en la entrevista? -le pregunta.

- Pero estuve bien, ¿no? -responde nuestra estrella.

- Correcto, solo correcto.

 

El cantante pide un café con leche y medio tostado, tan aferrado a las promociones como yo. Ella pide un té e insiste:

 

No me escuchás. Tenés que mirar a la gente.

 

La estrella hunde su cabeza entre las manos, como niño de primaria mientras recibe retos de la maestra. Mañana también vas a estar cansado, le dice la agente, así que te comés el tostado y vamos a ensayar. Ahora escribo para que te transfieran la guita que me pediste para pagar las expensas, pero tenés que ser más profesional.

En la mesa de al lado, dos hombres fornidos se toman un descanso. Uno de ellos viste una campera de Chacarita Juniors, el otro una remera negra estampada que dice LOS DE SIEMPRE. Miran a la estrella de reojo. Las caras oscilan entre la admiración -porque les parece que lo conocen de la tele- y el rechazo, porque tal vez no sea más que un fracasado con pelo rosado y campera plateada, que solo se asemeja un poco a un famoso. Dudan. No saben si pedirle un autógrafo o fajarlo. Hablan en voz alta de asados y de armas, como para intimidar.

La manager sigue con su bajada de línea acerca de la profesionalidad, la estrella dice que está cansado, recién saliendo de una gripe, le duele la cabeza. Ahora vamos a la farmacia, porque mañana no me van a aceptar la receta, le promete ella.

El jueves tienen lanzamiento de disco y el sábado estreno de una obra de teatro. La manager toma su teléfono y empieza a mandar mensajes de voz. Recién salimos del teatro y lo tengo a este que está muerto, pero ahora le compro un medicamento y en un rato cruzamos a la sala, avisa. No tengo entradas para todo el mundo, pero a vos te puedo reservar un par, promete a otra persona. Escuchame, transferile la guita de las expensas del gordo al consorcio, ordena. 

El cantante aprovecha y va al baño. Vuelve con otra seguridad, con otro aplomo. Pide la cuenta a la moza, pero después se da cuenta, no tiene plata. Ella paga. Se levantan, él se demora un poco. Contempla las pizzas que salen crujientes del horno a leña. Desde afuera, la manager le hace señas para que se apure. Me mira y dice casi en secreto: En este país es dura la vida hasta para las estrellas de rock. Cierra su campera para protegerse del frío invernal y se va.

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