Ser padres hoy

CONTRATAPA
Por Manuel Barrientos
Soy padre, soy hijo. Tal vez ninguna de las dos tareas las he desempeñado con destreza, con pericia, con habilidad, me dice Bautista, con la vista hundida en un tazón de café con leche. De a ratos pispea los zócalos de una canal de noticias, de a ratos se pierde en la pantalla de su celular. ¿Cómo se mide la eficacia de la paternidad?, se pregunta. Y me dice (o se dice): he leído miles de libros, he visto miles de películas, me compré una colección completa de la revista Ser padres hoy, buscaba en cada uno de ellos una suerte de manual para llevar adelante el oficio de ser padre. Frases de sobrecitos de azúcar hay miles, pero no he encontrado más que retazos, fragmentos, algunas claves inconexas para desarrollar la faena. Más que buscar en mediatizaciones, seguramente debería haber prestado más atención a la vida.
Revuelve lo poco que le queda del café, agrega un poco de azúcar, intenta crear una suerte de dulce de leche con el líquido que queda en el tazón. Creo que no está acá, delante de mí, su mente ha saltado tiempos y distancias. Bautista -después me lo dice- piensa en su padre, en unas vacaciones en la costa, en un desayuno de esos que se servían en los hoteles de sindicatos en los ochenta: café, té, jugo de naranja, medialunas, tostadas, manteca y dulces industriales en potecitos de plástico. Nada de granola, yogures, frutas, fiambres, huevos revueltos, paltas, esas cosas que se empezaron a ofrecer muchos años después. Pero Bautista no piensa ya en el desayuno, sino en su papá, en una caminata por la playa, con el sol escondiéndose detrás de los médanos.
El padre siempre lo invitaba a correr, por la playa, o por las plazas de Chacabuco. Los dos, dale que dale, una pierna delante de la otra, así, hasta lograr un ritmo mecánico. Juntos, corriendo, en silencio, hasta que el padre le planteaba, casi como una recomendación médica, de deportólogo o preparador físico, la necesidad de intercalar varias vueltas de corrida con una vuelta de caminata. Arrancaba, entonces, con las preguntas, como una suerte de estado de situación, un espacio de escucha, de tiempo de calidad, para que su hijo adolescente pudiera plantear sus dudas, sus temores, sus deseos, sus ideas de futuro.
Saborea lo que queda de su café endulzado, la vista se pierde en el techo del bar, lo miro, pero no me ve, si está otra vez con su padre, son los años noventa, y pintan juntan las paredes del fondo de la casa. Hace calor, mucho, están acompañados por una botella de agua, beben con fruición, como refugio de ese sol tremendo. Bautista le quiere mostrar el último disco de Divididos, lo tiene en un casete que le grabó Liyo Gabriele, a razón de diez pesos la hora. Salir a asustar te protege más, en esta la era de la boludez; vegetariano el inmigrante es, de facto; no estoy solo puedo salir a comprar. Se suceden las canciones. Para Bautista, ese disco atrapa como ninguno las vicisitudes de la época. Mientras le dan a la brocha gorda, Ricardo Mollo les canta, qué pensás Reina Isabel, de tu historia de papel, tu museo no huele bien. El padre hace un alto y pregunta si es Horacio Fontova el que se escucha. Bautista siente una afrenta en el pecho, un distanciamiento brutal, insondable, si Fontova no es más que un cómico que hace monerías en la tele. Muchos años después, va a escuchar al Negro cantar en la presentación de Confesión del viento en el ND Ateneo de Liliana Herrero y la brecha se cerrará, pensará en su padre, en que no estaba tan errado, en que esas canciones que escuchaban mientras pintaban en el fondo de la casa, tal vez podrían haber salido de la boca de Fontova, que fue un gran cantante, nunca del todo valorado.
Con las manos en el pocillo vacío, Bautista piensa en sus hijas y cree que tal vez su vida tendrá sentido cuando logre eso: ser dos o tres recuerdos luminosos y precisos en la mente de sus hijas.
Ahora me mira, después de varios minutos y me dice: ¿Sabés que me hubiese gustado escribir? Ninguna novela, ningún cuento. Tan solo estas pocas estrofas de los hermanos Yamandú y Tabaré Cardozo: 'Soy las manos buenas de mi padre hechas cuna, soy la carcajada más alta del mundo en una foto sobre sus hombros'.
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