TDAH: ¿Trastorno o superpoder mal entendido?

Por Mariano Rato
Durante mucho tiempo, el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) fue comprendido sólo desde sus dificultades: niños inquietos, personas distraídas, adultos con problemas de organización. Sin embargo, en los últimos años, tanto la ciencia como la experiencia clínica vienen revelando una mirada más completa, menos estigmatizante y, sobre todo, más esperanzadora sobre este cuadro.
El TDAH se caracteriza por tres grandes grupos de síntomas: desatención, hiperactividad e impulsividad. En el caso de la desatención, no se trata de falta de inteligencia ni de voluntad. Las personas con TDAH pueden ser sumamente creativas y brillantes, pero tienen dificultades para mantener el foco, especialmente en tareas monótonas o poco estimulantes. Esto puede generar errores por descuido, olvidos frecuentes, desorganización o una gran facilidad para distraerse, aunque estén haciendo un esfuerzo genuino por prestar atención.
Imaginemos a un chico que está en la escuela, intentando concentrarse en una consigna. Sabe que si no presta atención va a tener problemas, que sus padres se enojarán o que puede repetir el año. Hace un esfuerzo real, pero de pronto su mente se va. Se dispersa. Conecta con otro pensamiento, con lo que pasó hace un rato o con algo que le llama la atención fuera del aula. Esa desconexión es involuntaria y muchas veces se interpreta mal: se lo acusa de ser vago, desinteresado o incluso irrespetuoso, cuando en realidad está enfrentando una dificultad neurobiológica.
Este mismo patrón suele mantenerse en la adultez: personas que llegan tarde, pierden objetos, postergan tareas o sienten que su mente nunca se queda quieta. Y lo más injusto es que, como todo esto ocurre sin una explicación clara, el entorno muchas veces responde con estigmatización: 'no sos comprometido', 'te falta esfuerzo', 'nunca terminás nada'.
Pero ahora es donde entra una mirada renovada: ¿y si en vez de ver solo el déficit, comenzamos a reconocer el potencial?
Científicos como TJ Power o el británico Volkoff han planteado que, desde un punto de vista evolutivo, las características del TDAH pudieron ser una ventaja adaptativa. En sociedades cazadoras-recolectoras, por ejemplo, tener una atención más abierta, con una gran sensibilidad a estímulos del entorno, pudo haber sido útil para detectar peligros, descubrir recursos o reaccionar rápidamente ante lo inesperado. Además, la baja dopamina basal que suele observarse en el TDAH habría llevado a estos individuos a esforzarse más por obtener recompensas, convirtiéndose en expertos en tareas específicas.
Volkoff sugiere incluso que, bien canalizado, el TDAH puede funcionar como un superpoder: personas con una enorme capacidad para hiperconcentrarse en temas que les apasionan, una creatividad que desborda, una forma diferente de procesar la información. No es casual que muchas personas con TDAH se destaquen en profesiones como el arte, el diseño, la música, la programación o el emprendedurismo.
Ahora bien, este 'superpoder' no aparece solo. Requiere acompañamiento profesional, estrategias concretas y, sobre todo, una mirada que no condene. Tres recursos básicos que suelen enseñar los profesionales son: Estructurar rutinas claras para el día a día; usar recordatorios y herramientas externas que ayuden a organizarse; tomarse pausas programadas, para evitar el agotamiento atencional.
El diagnóstico no debe ser visto como una etiqueta limitante, sino como una herramienta para entender mejor lo que pasa y empezar a actuar. Como toda herramienta, puede ser usada con inteligencia o convertirse en un peso si se malinterpreta.
Por eso, es clave que como sociedad comencemos a mirar al TDAH no solo desde lo que falta, sino también desde lo que sobra: creatividad, intensidad, sensibilidad y potencial. Si logramos corrernos del prejuicio, quizás descubramos que detrás de esa mente que vuela, hay una riqueza inmensa esperando ser bien guiada.
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