Aburrirse también puede ser una señal

Salud / Por Mariano Rato
Vivimos en una época donde parece que aburrirse está prohibido. Apenas aparece ese momento de silencio, de vacío, de no saber qué hacer, corremos a llenarlo con algo: el celular, una serie, una picada, una compra online, una cerveza. El aburrimiento nos incomoda. Y mucho.
Pero... ¿qué es realmente aburrirse? Porque no se trata solo de 'no tener nada para hacer'. A veces tenemos mil cosas por hacer, y sin embargo sentimos que nada nos interesa, nada nos conecta. Es como estar despiertos, pero apagados por dentro. Y cuando eso pasa, buscamos salir de ahí como sea. El problema es que muchas veces salimos del aburrimiento entrando en conductas que terminan haciéndonos daño.
Uno de los caminos más frecuentes —aunque poco hablado— es el del consumo problemático. El aburrimiento aparece una y otra vez como uno de los grandes disparadores: cuando no sabemos qué hacer con el tiempo, cuando sentimos que nada nos motiva, cuando nos enfrentamos a ese 'vacío' que no entendemos. Y ahí, consumir —sea lo que sea— puede parecer la solución más rápida. Porque estimula, distrae, da un alivio momentáneo. Aunque después nos deje más perdidos.
Muchas personas que están en tratamiento por consumos cuentan algo similar: 'Consumía cuando me aburría', 'Ahora que dejé de consumir, no sé qué hacer con mis días', 'Todo me aburre'.
Porque el consumo no es solo una sustancia o una conducta: muchas veces es también una forma de llenar silencios, de tapar angustias, de calmar un vacío que no se sabe nombrar.
Y ahí aparece un punto clave: el aburrimiento no es el problema, es una señal. Es una especie de aviso que nos da la mente cuando algo no está funcionando, cuando falta propósito, conexión, deseo. El verdadero problema aparece cuando no toleramos esa señal y la tapamos con conductas automáticas, una y otra vez. Y cuando eso se vuelve habitual, podemos quedar atrapados en un ciclo en el que consumimos para no sentir… pero cada vez nos sentimos peor.
En los tratamientos por consumos problemáticos, una parte fundamental del proceso es aprender a estar con uno mismo, incluso cuando no pasa nada. A tolerar el silencio, a sostener el tiempo libre, a volver a descubrir intereses, rutinas, vínculos que den sentido. No se trata solo de 'llenar el día', sino de reconstruir el deseo. De volver a conectar con lo simple, con lo que calma de verdad, con lo que no genera culpa después.
Desde una perspectiva evolutiva, el aburrimiento fue —y sigue siendo— un motor. Una fuerza que empuja al movimiento, a la exploración, al cambio. Pero en una cultura de gratificación inmediata, ese motor se desregula y termina canalizándose en impulsos sin dirección. Por eso, el aburrimiento necesita espacio para ser escuchado, no anestesiado.
A veces, aburrirse no es un signo de que está todo mal. Es solo un indicio de que algo necesita cambiar. Y si lo único que sabemos hacer cuando nos aburrimos es consumir, el verdadero problema no es el aburrimiento… sino no saber cómo vivir sin eso.
Tal vez, el primer paso no sea hacer algo urgente. Tal vez el primer paso sea animarse a quedarse, aunque sea un rato, con ese vacío. Porque ahí, en ese silencio incómodo, también puede empezar una transformación.
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