Martes . 15 Julio . 2025

Escucha en Vivo:

'Cinco bicicletas en cincuenta años'

16/12/2024
'Cinco bicicletas en cincuenta años'

Por Sonia Elisabeth Rubino

Hay recuerdos de la infancia imposibles de olvidar. Las vacaciones de verano, jugar con agua las tardes de carnaval, el corso, las noches de grillos, juntando bichitos hasta que nos llamaban a dormir.

La casa estaba abierta de par en par porque los chicos malos no estaban al acecho, por lo menos no en las calles, no buscando una rendija para entrar y eso nos hacía libres.

Por eso nadie nos pudo robar esa parte hermosa de nuestra vida, las calles de tierra y el gran zanjón, cómplice de cada travesura y testigo de charlas de adolescentes.

Mi hermano me decía que para él el verano comenzaba cuando escuchaba la corneta del helador.

Eso era como un antes y un después en las hojas de nuestro propio calendario de niños que se tomaban el verano en serio y cada cosa se disfrutaba profundamente, sin celus ni tecnología, a puro sol, buscando sombra, disfrutando cada segundo y esperando al helador.

Alberto José Guerra nos recibe en su casa fresca y acogedora, nos abre la puerta con su paso tranquilo y como esperando contar su andar por los ardientes veranos a la hora de la siesta.

¿A qué edad comenzó a vender helados en la calle?

'Si mal no recuerdo tenía entre 29 y 30 años. Ya era grande. Ahora tengo 80'

¿Ya estaba casado?

'No, estaba soltero.'

¿Cómo fue que lo llamaron para este trabajo? 

'Beto Golía, ya fallecido, fue quien me contactó. Salíamos los dos en bicicleta.'

¿Tenían cada cuál su recorrido?

'No, salíamos uno para cada lado. Nos poníamos de acuerdo justo ahí, antes de empezar. No había un plan. Simplemente tratábamos de cubrir las calles de Chacabuco entre los dos y vender todos los helados'

¿A qué hora salían?

'A la una de la tarde ya se comenzaba'

¿Siempre en bicicleta?

'Sí siempre en bicicleta'

¿Cómo recuerda a Chacabuco en esa época?

'Era mucho más chico, había pocas cuadras con asfalto, la mayoría del recorrido era por calle de tierra. A esa hora estaba todo muy tranquilo. Era la hora de la siesta'

¿No había heladerías como ahora?

'No, estaba Lamothe que abría solo en verano y creo que sólo de noche' 

¿No había siesta ni fin de semana?

'No, se trabajaba todos los días porque era la temporada. El furor del helado a la hora de mucho calor'

¿Y si quedaban helados sin vender?

'Lo guardamos para el día siguiente. En eso no había problemas. Se llevaban de vuelta  al otro día y si faltaba íbamos a reponer'

¿Recuerda los gustos que llevaba?

'SI, chocolate, frutilla, crema, dulce de leche, limón y estaba también el bombón helado'

¿Y de los precios?

'Eran monedas de 1 peso o 50 centavos, dependía del helado '

¿Se ganaba bien?

'Y si, era una changa de verano'

¿Y hubo que acondicionar la bici?

'La bicicleta se acondicionó un poco. Cambié cinco bicicletas en 50 años'

¿Qué bicicletero tenía?

'Marini era mi bicicletero'

¿Y durante el resto del año qué hacía?

'Me iba al horno de ladrillos'

Usted es un buen referente para contestar. ¿Le parece que los veranos son más intensos?

'No hacía tanto calor, ahora hace más calor, el sol quema mucho más. Ahora no anda ni uno a esa hora'

¿Cómo mantenían los helados en las heladeras?

'Se usaba hielo seco que se traía de Buenos Aires'

¿Usaban el hielo seco de la Usina de Chacabuco?

'No, en esa época ya no estaba'

¿Había robos en la calle?

'No, no había tanto chorro como ahora, no. Hoy día no se podría ni andar en la calle.'

¿Qué era lo que lo tenía atento?

'Los perros. Teníamos que andar con cuidado con los perros. Me han mordido, me han atacado de los pantalones también. Era un tema los perros en la calle, es terrible, más cuando escuchaban el ruido de la  corneta .'

¿Nunca pensó en dejar?

'No, era una buena changa para ganarse unos pesos porque dejaba algo de ganancia'

¿Otros problemas además de los perros?

'Nunca tuve problemas ni con los chicos, ni con los grandes'

¿Quién lo esperaba al volver a casa?

'Yo tenía siete hermanos y mi mamá '

¿No estaba casado todavía?

'No, no estaba casado'

¿Y cuántos años duró todo este trabajo?

'Duró 50 años. Una vida. Porque después ya cuando se empezaron a poner las heladerías cambió todo'

¿Ahora está jubilado?

'Si, no es mucho, en realidad es poco pero bueno con suerte uno tiene una casa y no pago alquiler'

¿A veces extraña esa época de la bicicleta ?

'Y si, ya estaba acostumbrado a la gente que me conocía. Charlar con uno, con otro, con los chicos que nos seguían. Se puede extrañar. Claro que sí. Fueron muchos años. Muchos años andando en la calle, charlando con los amigos y vecinos.

Con mucha constancia. Porque era la hora más fea, la hora del calor y todo eso'

¿Y ahora se dedica a descansar?

 'Descansar. disfrutar un poco más de la siesta '

¿Qué pasaba los días de lluvia?

'Se salía  igual cuando paraba el agua, sí cuando paraba un poco. Esperaba que pare un poco. Y había días que las tormentas eran fuertes y no se salía'

Entonces ¿No tenía un recorrido especial? ¿Andaban por todo el pueblo?

'Sí, por todos lados. No había un recorrido fijo. No, no había. Nos poníamos de acuerdo y cada uno salía. No hay que olvidar que el pueblo era más chico, como ya dije y en partes no había asfalto. Pero no era complicado ya que no había tanto tránsito.'

¿Los llamaban para eventos como cumpleaños por ejemplo?

'Sí, a las domadas también. Por ahí nos llamaban de alguna quinta. Porque por las quintas también andaba el heladero. Se lo esperaba. También en las carrera de la vuelta de Chivilcoy. Ahí se vendía todo.'

¿Le tocaba recargar?

'Sí, algunas veces me tocó volver a recargar. Sí, sí, cada tanto recargaba las heladeras'

¿Nunca se quedaban sin helados?

'No, no! De ninguna manera. Era bueno tener que recargar, quería decir que se vendía bien'

A medida que el sol nos apura se va terminando la nota. Me hubiera gustado decirle que para los niños fue una de las versiones mas lindas del verano. Que en nuestra infancia sin celulares pero llenos de proyectos y castillos en el aire, eran junto con el carrito y el caballito, nuestro mejor regalo de fin de año. 

La importancia de elegir un gusto era tan importante cómo tener la moneda que apretábamos en la mano hasta que llegaba el helador.

Tal vez eran una de nuestras pocas opciones a la hora de elegir, pero definitivamente eran las mejores.

Me quedé con ganas de confesarle que en mi inocencia los admiraba y también pensaba que tenían mucha suerte pues eran los dueños de cada helado que guardaban ahí, y podían comer todo lo que querían.

Que esa heladera era nuestro cofre de la felicidad y cada vez que se abría volaban junto con el frío del hielo, los colores de los sabores y la aventura de sentarnos a tomar ese helado que nos costó un buen boletín, una tarea en el hogar, comer bien y no dejar la leche servida.

Pero cuando lo escucho a través de tantos años, me doy cuenta que hay mucho más para decir de nuestros amigos del verano.

Nunca una siesta, paciencia de oro para esperar que todos elijan, contar el dinero, contestar cada pregunta con el mayor de los respetos, pedalear por calles de tierra entre otras cosas.

Contarle que se lo esperaba con ansiedad siempre y cuando fuéramos los dichosos dueños de una moneda. De caballito o de barquito. 

Eso significaba que nos lo habíamos ganado y era un montón. 

Creo que no soy la única que le quisiera contar a Alberto que era parte del paisaje, de las tardes calurosas y un pequeño instante y no por eso menos importante, de saborear un helado de palito antes que se nos derrita en nuestras manos.

Que a la noche y pensando en el día siguiente declaramos con firmeza cambiar de gusto mañana para probar y probar.

No teníamos miedo más que a equivocarnos al elegir, una de nuestras pocas libertades.

Tampoco era un delirio intercambiar con hermanos o amigos. Nos mantenía más unidos y en bloque.

Tampoco había miedo a que aparezcan los chicos malos. En todo caso, el chico más malo tiraba con la gomera a los pajaritos que tomaban agua en el zanjón de la Avenida Saavedra.

Por eso no había trampas ni conflictos. Era una sana realidad y un helado nos convertía en niños poderosos.

Y por último, sus 50 años sin tomar una siesta en pleno verano nos cuenta de la dignidad y la cultura del trabajo, de que nada se consigue fácil.

Hoy Alberto duerme una siesta y la tarde se hace eterna.

Con sus 80 años tal vez no se imagina lo que significó que durante medio siglo nos acercara hasta el barrio los sabores y colores de cada verano.

¡Gracias Alberto!  

feature-top