EN LOS PROCESOS HISTÓRICOS SE NOS VA LA VIDA

Por Juliana Chacón
'Voy a la cocina, luego al comedor. Miro […] el televisor', hablan de devaluación, FMI, fin del cepo. 'Me muevo para aquí, me muevo para allá.' Mi cuerpo lo recuerda. Llega un mensaje por WhatsApp: 'Siempre nosotros terminamos poniendo el cuerpo', dice. Habla el presidente en Conferencia de Prensa. Mientras scroleo en el celular. Tengo más de 40 años. Todo mi cuerpo recuerda, se tensa. Quisiera gritar. Entonces viene a mi mente el cuadro de Munch. ¿Gritaría yo por toda la humanidad? Gritaría.
"Por la calle transversal vi pasar una tanqueta, sí, una tanqueta. Y al llegar a la esquina de Hipólito Irigoyen, me sobresaltó la aparición de tres motos a toda velocidad; de una colgaba, como un cuadro irreal, una bandera argentina.
'Ya había empezado a sentir olor a pimienta. Y ni puse un pie en Avenida de Mayo, una súbida ráfaga de viento trajo hacia mi rostro una avalancha de humo tan espesa como tóxica. Cuando logré librarme de ella, lo que vi fue una batalla campal…', cuenta Federico, uno de los personajes de El grito, la novela de la escritora argentina Florencia Abatte, publicada en 2004 (reeditada por La Pollera Ediciones, en 2017). Las historias cruzadas de cuatro personajes pintan el cuadro de los días previos y el mismo 20 de diciembre de 2001.
Le pregunto a mi hermano mayor si recuerda dónde estaba yo aquel día en el que quedamos un poco parias. No recordamos ninguno de los dos dónde estábamos. Nuestro mundo familiar se había complicado en aquel momento y debíamos atenderlo.
Algo se me instala en el cuerpo que hace también de memoria histórica. La historia 'de' los cuerpos. La historia 'en' los cuerpos. Reconozco las sensaciones de confusión, perplejidad, miedo, enojo de aquellos días. Y una ventosa me arrastra hacia el pasado. ¿Dónde estaba yo el 20 de diciembre de 2001? ¿Estaba gritando en las calles?
"Conseguí mantenerme callado, hasta que lo oí pronunciar la palabra "revolución". Entonces le dije que existe una consanguinidad entre los defectos de los ciudadanos que protestan y los de los gobernantes. Y que los ciudadanos se distinguen por ser moderados en todo, excepto en su pasión por la propiedad privada. Le dije también que el estado capitalista ha demostrado que puede sobreponerse a cualquier cosa. Y que es obvio que nuestros representantes funcionan como socios de una empresa más, y que harían todo lo necesario para seguir sacando de sus puestos el máximo rédito personal" acusa Federico, en El grito.
Horacio, ex guerrillero, otro de los personajes, dice: 'Y al llegar a la Argentina a principios del '86, aunque el clima era bueno, tampoco fue un alivio. Si bien tuve la ventaja de acoplarme a la ola de ex militantes que habían vuelto y que, de pronto, eran considerados valiosos por lo que podían aportar en la modernización democrática, esa fácil reinserción y el rédito económico que trajo, no pudieron anular mi sensación de derrota moral, ni la culpa de haber sobrevivido…"
Peter, el decorador de interiores, hace un retiro espiritual que es financiado por un grupo de empresarios. Confiesa: 'Es espantoso vivir en un tiempo tan maldito, tan renegado, en el que cuesta tanto encontrar nuestros propios fundamentos, llegar a oír esa nota que imagino debería ser equivalente al más absoluto silencio. Un silencio al que todos los seres le podamos preguntar: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?'.
Clara, la escultora, que padece leucemia, dice: "De nuevo me crucé con la vecina y esta vez tuve miedo de ella, del aparente renacer de su voluntad, de su certeza de estar defendiendo la más importante y justa de las causas. Estábamos en la puerta de calle. Ella sostenía una cuchara y una cacerola con el rostro desfigurado de enojo'.
Los personajes no llegan a comprender lo que está sucediendo, cómo pueden aquellos hechos ser efectivamente reales. ¿Cuáles son los criterios que permiten definir lo real? Lo real es lo objetivo responderíamos, eso que está ahí más allá de quién lo observe. Miro el televisor. Le pongo mute mientras las imágenes van y vienen de las carteleras de la bolsa a los periodistas. 'Pero las partículas subatómicas no están en ningún lugar hasta que no son observadas. No es que no sepamos dónde están es que hasta que no se produce la observación las partículas están en una suerte de potencialidad aún no realizada, que no las ubica en ningún lugar. Una vez que son observadas, empiezan a existir. Digamos que antes que la observación se produzca, la realidad literalmente no existe. Esto es lo que se conoce como la explicación de Copenhague de la física cuántica. Y uno podría pensar que esta rareza que ocurre a nivel subatómico no tiene demasiado que ver con nosotros, pero lo cierto es que todo lo que conocemos, el universo, incluidos nosotros mismos, estamos formados de partículas. […] A partir de los postulados de la física cuántica un acontecimiento no puede ser considerado independiente de la observación que se lleva a cabo. Más que una realidad objetiva lo que parece haber es un conjunto de relatos que intentan dar cuenta de ella', explica Javier Agüero mientras scroleo y me detengo.
Los graphs se repiten: devaluación, FMI. Todo mi cuerpo recuerda a aquel cuerpo que tenía a los 24 años y que no sé por dónde andaba. Recuerda la malaria de entonces, la de los días siguientes, el desasosiego. No sé dónde estaba mi cuerpo el 20 de diciembre de 2001. Mi mente, veinticuatro años más tarde, va hacia allá y vuelve. En loop. Al cuerpo siempre lo ponemos nosotros, en las calles, en el trabajo, en las represiones, en los muertos, cada una de las décadas que pasan.
Un proverbio chino dice: "Ojalá te toque vivir tiempos interesantes". Lo pego como un collage en mi mente junto con '¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?'.
Relacionadas
