De molinos, panaderías y fábricas de fideos

Los primeros molinos que tuvo Chacabuco estuvieron íntimamente relacionados con la elaboración del pan. En aquellos tiempos era común que el molinero adquiriera el trigo a los agricultores, lo moliera y luego elaborara el pan que era vendido en la comunidad.
Al abordar la historia de esta actividad, el profesor Oscar Melli señala entre los primeros a la tahona de Ángel Aragón -la cual será tema de otra historia-, que funcionó desde 1887 en una quinta situada al oeste de la ciudad. El historiador agregó que en las décadas finales de ese siglo esas viejas estructuras, que funcionaban con la fuerza del viento o por tracción animal, se encontraban en franca retirada, para darle paso a los molinos impulsados a vapor.
También menciona Melli un establecimiento modelo que hubo en las primeras décadas del siglo pasado. Nació en la panadería Del Molino, de los hermanos José y Federico Fiori. Allí fue instalado un molino no sólo para la elaboración de panificados, sino también de pastas secas. La industria funcionaba en un edificio de tres pisos, en uno de los cuales se preparaban los fideos y los dos restantes eran usados para el secado de hasta 4.000 kilos diarios de mercadería. En el establecimiento trabajaban 22 obreros que eran dirigidos por don Américo Bozzolo, a quien secundaba Carlos Corti.
La fábrica comenzó a funcionar en febrero de 1924 y los fideos que elaboraba eran de las variedades cabellos de ángel con azafrán, spaghettines, foratti, cintitas amarillas, barbettis, centenarios y caracolitos.
Un establecimiento surgido en la última década del siglo 19 fue el Molino Chacabuco, que comenzó siendo propiedad de don Francisco Marini e hijos. La industria contaba con cilindros a vapor que le permitían la elaboración de harina y subproductos de la molienda, como el afrecho.
La empresa tuvo un rápido crecimiento e incorporó nuevos socios. En 1901, los responsables del molino eran los señores Castaños, Marini y Tassara, que habían sumado a la gama de productos la elaboración de fideos. Por esos tiempos, la firma ya contaba con filiales en Junín, Alberdi y Villa Mercedes, en San Luis, además de tener escritorios en la calle Rivadavia de Buenos Aires.
En los años siguientes hubo una división y Marini y Castaños quedaron al frente de la empresa, que además de dedicarse al procesamiento del trigo brindaba servicios de acopio de cereales en general y hasta de elaboración de vinos. En 1918, figuraban como dueños Acacio Rodríguez y los españoles Tomás Crespo y José María Ares.
Otro establecimiento del ramo que funcionó a finales del siglo 19 fue una fábrica de fideos cuyos dueños eran Devoto y Bozzolo. Pocos años después, en 1904, también se encontraba en plena actividad la fideería La Stella d'Italia, de Miguel Cieri y José Curti. Luego, en 1908, hizo su aparición una fábrica de pastas cuya fama trascendió a Chacabuco. Su dueño era José Di Giácomo.El establecimiento poseía una prensa con capacidad para procesar 100 kilos de harina en 45 minutos. Como garantía de calidad e higiene, y marcando una novedad para la época, los fideos despachados por Di Giácomo eran envueltos en un papel blanco que llevaba impreso el nombre del comercio. Además, el establecimiento trabajaba con harina de trigo de calidad superior, sémola especial y harina de maíz producida en Montevideo.
En 1911, los productos de ese establecimiento consiguieron medalla de plata en una exposición internacional de fideos realizada en Turín, Italia.
En febrero de 1926 llegó a Chacabuco un corresponsal viajero del periódico La Patria Degli Italiani. El primer establecimiento que visitó, y con el que quedó maravillado, fue el de Di Giácomo. En un artículo, el periodista destacó la moderna maquinaria con la que contaba la fábrica, además de sus condiciones de higiene y su variedad de productos. '¿Qué hay más italiano que los macarrones?', se preguntaba el cronista.
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