El acontecimiento

CONTRATAPA
Por Juliana Chacón
Llueve. Las primeras gotas se evaporan antes de tocar el suelo. Cuando han sido suficientes para amortiguar los 40º del día, se encharca la calle y el agua se escurre por las grietas del suelo hasta las napas.
Ahora recuerdo la voz hipnótica de mamá, su fraseo, la teatralización de su lectura. Todo eso caía como gotas sobre terreno fértil. Éramos chicos cuando empezó a leernos Dailan Kifki. Como somos cinco hermanos se me hacía difícil llegar a ver las imágenes del libro aunque me trepara sobre ella. Yo ya sabía leer.
Algo de eso me debe haber pasado en primer grado. La señorita Marta nos llamó al frente a dos de mis compañeros y a mí. Teníamos que leer en voz alta y al unísono. Yo moví la boca como un clown, imitando la sonoridad que escuchaba salir de los labios de los otros. No sabía leer. La señorita Marta dijo que la clase siguiente tenía que volver a pasar al frente. Mamá me enseñó en casa, no el abecedario suelto sino las sílabas. Y, delante del pizarrón, leí por primera vez para todos mis compañeros un texto que aún recuerdo: Ana usa su dedal. Ana mide la seda… La lectura se abrió ante mí como la cueva de Alí Babá.
Durante las vacaciones de invierno, cuando el frío arreciaba y también las lluvias, mamá nos juntaba en el comedor para que reencuadernáramos los libros que habíamos destripado durante los últimos meses.
Era habitual en casa ver a alguien leyendo. Mamá leía sobre todo por su trabajo. Papá devoraba los libros, como si se los hubiesen prohibido. Si bien era contador, decía que su verdadera vocación era otra. Cuando era estudiante, iba a escuchar los finales de la tía Cristina que estudiaba Letras. La tía era la hermana mayor de mamá.
Un día íbamos caminando con mamá de la mano. Yo tendría unos cuatro o cinco años. Recuerdo que estiré el cuello y mis ojos hasta ella y le pregunté: Mamá, ¿qué se estudia para leer poesía? Entonces sucedió el acontecimiento. Cayó sobre mí cada sonido como las gotas caen ahora sobre el asfalto y se cuelan entre las grietas.
La tía Cristina y el tío Lucio vivían en La Plata. El tío, además de trabajar en el noticiero de América, era actor. En la quinta del abuelo, los primos nos sentábamos a ver el show. El tío entraba a escena recitando grotescamente algún poema y la tía detrás, simulando pasos de bailarina (un personaje femenino de Charles Chaplin), dramatizaba gestos de enamoramiento. Festejábamos todos muertos de risa.
Mis primeros intentos de escritura fueron cartitas recortadas en cartulina. Formas de corazón o de pájaro. Las letras eran puros firuletes rococó. Servían de tarjetas de cumpleaños, dibujitos o declaraciones de amor. Conocí también, por entonces, la censura. Al abuelo le aterrorizaba la muerte. Y en su tarjetita de cumpleaños yo le prometía que le iba a llevar flores a la tumba. Fue retenida por controles aduaneros.
Cuando tenía trece, mamá me regaló el Diario de Anna Frank. Me dijo: Yo lo leí cuando tenía tu edad. Hay libros puente. Libros que son un rayo señalando el infinito horizonte de la literatura. Este fue el mío.
En casa sonaba torpemente la guitarra de papá, los discos de música clásica de mamá (mientras corregía o leía para sus clases) y sobre todo de tango y de folclore. La radio quedaba a veces con ruido blanco, un sonido también parecido a la lluvia. En algunos asados un amigo de papá cantaba tangos. Papá se animaba y también recitaba algún fragmento de un poema que sabía de memoria. A él le gustaban esos encuentros, donde había charlas efervescentes y debates políticos. Él y mamá eran buenos amigos del tío Lucio y de la tía Cristina. Eran mi versión hogareña.
Cuando empecé a estudiar Letras, los tíos me invitaron a su casa. El tío tenía algunas grabaciones de su programa de radio en casete. Me dijo escuchá. Y la cinta arrastró su voz inmensa hasta mí: ¡Qué lástima/ que yo no pueda cantar a la usanza/ de este tiempo lo mismo que los poetas hoy cantan!/ […] ¡Qué lástima que yo no tenga una patria!…
¿Cuál es el acontecimiento que, como un géiser traído por fuerzas subterráneas, explota ante nosotros y nos marca a fuego? ¿Cómo lo distinguimos?
El abuelo se jactó de haber leído a Dostoyevski (no recuerdo si Los hermanos Karamazov o algún otro) cuando le conté que teníamos que leer Crimen y castigo para el ingreso. El abuelo había terminado el primario. La abuela Malena apenas si podía escribir. Sólo había ido a primero. El abuelo sí 'dejó' que sus hijas fueran a estudiar. Pese a los mandatos, pese a las restricciones económicas por las que iba a dejar de tomar vino para darles un poco más del dinero que ellas juntaban dando clases particulares. Mi abuela paterna, Cata, que creció en la pobreza, siempre impulsó a papá para que estudiara. La abuela Cata (Pequela para nosotros) tampoco sabía leer. Apenas anudaba las sílabas e intentaba fraseos de algún cuento. Era de pocas palabras. En ella el silencio decía más.
Así sucedió, una piedra tras otra engarzadas en collar.
¡Qué lástima/ que no pudiendo cantar otras hazañas […]/ venga forzado a cantar cosas de poca importancia! (León Felipe, Antología rota, Losada)
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