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ESCRIBIR, CORREGIR, ABANDONAR, FALLAR

10/07/2025
ESCRIBIR, CORREGIR, ABANDONAR, FALLAR

Contratapa / Por Juliana Chacón 

Escribir es un oficio que augura, pienso, el desconcierto. Un paisaje, la observación de una escena callejera cualquiera, el aleteo de un pájaro, la vestimenta que alguien lleva puesta, un aroma, un sonido, una conversación, pueden despertar un murmullo interior que comienza a decir algo. Hay quienes simplemente lo dejan ahí, haciendo eco en sus pensamientos, y otros lo traducen a cualquier manifestación artística. La cosa es reconocer siempre ese murmullo, como algunos lo nombran, el llamado, la aparición.

Una vez descubierto la pregunta es qué es eso. Insisto en que quienes escriben me digan cómo distinguen que esa aparición es un cuento, una novela, un poema o un ensayo. Creo que es algo del orden de la intuición y que no hay recetas pero sí singularidades que, quizás, encuentren coincidencias entre los escritores.

May Sarton, en Sobre la escritura, un libro de ensayos en el que piensa en torno al oficio, sostiene que se puede planear la escritura de una novela pero no de un poema, no se puede decir: 'voy a escribir un poema el año próximo'. La idea de la narración como una semilla, además de en Sarton, aparece en Felisberto Hernández: 'En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico'. Foster, citado por Sarton, le responde a un periodista acerca de sus conocimientos técnicos de la escritura: 'La gente no se da cuenta  de la poca conciencia que uno tiene sobre estas cosas; de qué modo uno tambalea. Quieren que estemos mucho más atentos de lo que realmente estamos. Ojalá los críticos pudieran hacer un curso sobre cómo los escritores no resuelven sus cosas pensándolas…'. Felisberto Hernández coincide: 'Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento…'. Sarton asegura que 'la semilla parece dormida por un largo tiempo, pero poco a poco comienza a atraer a la imaginación. Comienza a ejercer su asedio'. La idea nos acecha, asedia. ¿Quién que escriba cuentos no sintió alguna vez este asedio, esta presión ejercida sobre la imaginación? ¿Quién no insistió en desechar una idea porque prefería escribir otra cosa pero la idea lo acorraló? ¿Tarde o temprano la escribimos para, liberados al fin, pasar a otra cosa?

Escribir siempre en definitiva consiste en entender. Dice Sarton: 'Mi percepción es que la única razón posible por la cual nos embarcamos en la trabajosa escritura de una novela, es que hay algo incómodo allí que necesitamos entender, y que solo puede ser entendido a través de los personajes que se mueven en esa situación imaginaria'. Asegura, más adelante, que cuando se escribe hay algo en torno al sueño y todo sueño proviene del inconsciente. Entonces ¿será que se puede decir algo más acerca de escribir? ¿Será que se puede volver consciente, que se lo puede formular? 'En algún momento antes de que empieces a escribir, vas a tener una visión momentánea del libro como totalidad, una visión maravillosa que no volverás a capturar hasta que la novela se publique y quizás tampoco entonces. Vas a adivinar más que a tener certeza sobre cómo será, y esta adivinación, creo, es como si pudieras ver todo el esfuerzo meticuloso que se necesita, como si se tratara de la observación de una pintura acabada', anticipa Sarton. Pero tarde o temprano, quienes escribimos lo sabemos, el texto nos arrastra y vamos a tontas y a locas hacia donde manda. Sarton finaliza este ensayo haciendo una aclaración que esperamos desde el principio: '…no pude dar una idea del nivel de ansiedad, duda, cansancio e incluso aburrimiento que un escritor atraviesa durante el largo proceso de la escritura…'. 

Tuve el privilegio de acompañar a varias personas en el proceso de escritura: cansa, es agotador, dan ganas de abandonar una y mil veces, porque la idea primera se escurre entre los dedos, porque se vuelve al texto una y otra vez para encontrar su potencialidad, porque hay que descubrir la perilla de la bomba oculta detrás de la historia para que toda la novela cobre sentido cuando estalle, porque pasan los días y los meses y los años hasta que nos conforma o simplemente la abandonamos. 

''Otra vez', escribe Beckett. 'Probar otra vez, fallar otra vez', escribe. Porque no se trata solo de fallar. Fallar una vez falla cualquiera; después de todo, siempre está la corrección…', dice Alan Pauls. Y en esto consiste, afirman muchos escritores, la verdadera escritura: en la búsqueda de la mejor versión. 

'¿Cuándo está terminado un poema?', se pregunta Sarton, '…cuando todas las tensiones se han equilibrado, cuando el cambio de una sola sílaba afectaría la estructura del poema al punto de hacerlo caer como una torre de naipes. La respuesta de Valéry, sin embargo, sería 'nunca''. Dice Pauls: 'Ese error en el que no dejamos de caer no es cualquier error. Es nuestro error, tiene la forma y la consistencia y el sabor y la temperatura y el ritmo de nuestro deseo, nuestra imaginación, nuestras alucinaciones, nuestras ideas descabelladas sobre escribir y sobre el mundo acerca del cual escribimos.

Es lo mismo que pasa con un síntoma', asegura, '…hay básicamente dos políticas posibles. Una, la expeditiva, es eliminarlo, que es lo que recomienda la mayoría de los médicos, es decir, la mayoría de las fuerzas correctivas que operan en el campo del cuerpo. […] La otra, la política perversa, digamos, es seguir el síntoma, seguirlo como se sigue una pista que nos está dedicada solo a nosotros. Pensarlo no como un contratiempo desdichado, exterior, extirpable, sino como una suerte de huella digital, un signo que dice algo muy particular de la relación que tenemos con el mundo. La pregunta se cae de madura: ¿Seguir nuestros síntomas nos curará? La respuesta cantada: Queremos escribir, no curarnos, y escribir es seguir el rastro de nuestro síntoma. Como diría un falso mártir cristiano: abrazar la piedra con la que tropezamos…'

Imagen: Manuscrito de Proust

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