Los llanos

CONTRATAPA
Por Martina Dentella
[ El sueño de un lugar donde plantar árboles para siempre. Armar un jardín que dure, que se prolongue en el tiempo. Un lugar donde pasar el tiempo y empezar de nuevo]
Las madres y los padres de los noventa vivimos la última infancia analógica, y una de las grandes dificultades de la crianza en la era post-tecnológica, de la inteligencia artificial, es mantener a los niños y niñas alejados de las pantallas. Mientras el teléfono es un abanico de posibilidades sin fin para distraer a grandes y chicos, las sociedades pediátricas del mundo estiran el rango de edad adecuada respecto del primer acercamiento a la pantalla. Si había un consenso global sobre su uso, la Asociación Española de Pediatría (AEP), lanzó un plan familiar a través del cual recomendaron que no debe exponerse a los niños a pantallas hasta los seis años. Además, indicaron que se corrobora que perjudica áreas como el sueño, el riesgo cardiovascular, el volumen cerebral o la alimentación, entre otros; y alentaron a que los gobiernos tomen medidas para evitar los potenciales efectos nocivos en la salud y el desarrollo de niños y adolescentes.
Un desafío imposible, en la sociedad del cansancio, donde la presión viene desde adentro, y nos exigimos a nosotros mismos ser cada vez más productivos y eficientes, quitando tiempo al ocio, al cuidado, a la conexión con la naturaleza y con la familia, sin miedo al otro.
[Puro horizonte alrededor. Y, de tanto a tanto, la línea recta interrumpida por un monto de árboles, eucaliptos, paraísos y álamos]
Mi hija corre descalza por el césped recién cortado. Los mejores días del verano los pasó acá. La llanura pampeana ofrece un verde intransferible, y la posibilidad de ver siempre más allá.
Los llanos, de Federico Falco, es el libro que me hubiera gustado escribir, si supiera. Además de lo citado, dice algo perfecto: 'Vivir el paisaje es una experiencia primitiva que no tiene nada que ver con el lenguaje. Vivo el paisaje con la vista, con la piel, con los oídos, pero no lo pongo en palabras. Ni siquiera lo intento. O lo intento solo acá, para mí, palabras clave para no olvidar. Palabras puerta que dentro de diez, quince años, cuando pase el tiempo, me abran al recuerdo de mi cuerpo moviéndose por estos lugares, a las sensaciones y sentimientos de esta época de mi vida'.
Son más de sesenta atardeceres rojizos, tornasolados, que bajan y simplemente se aplacan. Los árboles roban protagonismo, casi como en ningún lugar. Y uno solo recuerda su propia infancia, esa etapa de la vida que dura para siempre. Los fogones, los sabores, los ojos rojos del agua, la hierba rasgando la superficie de la piel, las quemaduras, el cansancio infinito. Y quisiera poder replicarlo para el porvenir.
Pero es casi una carrera contra reloj, en la que uno intenta detener o crear un tiempo a su medida, la de los hijos, para que aprendan a rodearse de cosas felices, de perros, de fuegos, de agua y plantas. Que coincidan con el paisaje. Para que esos lugares y los días de sol se impregnen para siempre en su esencia.
Nada es posible si no estamos dispuestos a renunciar al tiempo de ejecución, de rendimiento, mientras la vida está afuera, y espera.
(*)Las citas son de Federico Falco, del libro Los llanos.
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