Reír no es un lujo: es una necesidad humana

SALUD MENTAL / Por Mariano Rato
¿Alguna vez te preguntaste por qué reímos? ¿Por qué algo tan simple como una carcajada puede descomprimir una situación tensa, acercarnos a los demás o cambiarnos el ánimo en segundos? Aunque solemos asociarla con el entretenimiento o el ocio, la risa tiene raíces mucho más profundas, y entenderlas nos permite valorar su verdadero impacto en nuestra vida cotidiana.
Mucho antes de que existiera el lenguaje, nuestros antepasados ya reían. La risa es un comportamiento prelingüístico: los bebés la expresan desde los primeros meses de vida, incluso antes de decir su primera palabra. Pero no son solo los humanos quienes se ríen. Algunas especies de primates y mamíferos también muestran vocalizaciones parecidas a la risa durante el juego. Todo esto sugiere que la risa es una herramienta biológica de conexión social.
En los comienzos de la humanidad, reír no era simplemente algo placentero: tenía una función adaptativa. En un grupo que se desplazaba por un territorio nuevo, si alguien reía, eso podía ser interpretado como señal de que no había peligro. Reír era decir, sin palabras, 'podemos relajarnos'. También era una manera de transmitir confianza y sentido de pertenencia: en la medida en que el grupo compartía la risa, se fortalecían los vínculos.
Pero no solo la risa tiene peso. El humor, entendido como la capacidad de ver lo absurdo, lo irónico o lo inesperado de las situaciones, también tiene un lugar clave en nuestra historia evolutiva. A diferencia de la risa, que puede observarse en otras especies, el humor requiere una habilidad exclusivamente humana: la teoría de la mente. Es decir, la capacidad de entender que otra persona piensa distinto a nosotros. Esta es la base que permite captar chistes, dobles sentidos o ironías.
Desde la psicología, el humor no es superficial, sino todo lo contrario. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, decía que el humor funciona como una válvula de escape del inconsciente, una forma de liberar tensiones internas de forma socialmente aceptable. Para él, reír no era negar el sufrimiento, sino enfrentarlo desde otro ángulo: una defensa psíquica saludable.
Hoy la ciencia lo confirma: reír alivia el estrés, fortalece el sistema inmune, libera endorfinas y oxitocina, mejora la memoria, la creatividad y la conexión emocional con los demás. Además, la risa genuina es contagiosa. No solo porque imitar la risa de otro es casi automático, sino porque activa en nuestro cerebro las llamadas neuronas espejo, que nos permiten resonar con las emociones del otro. Por eso, estar en un ambiente donde hay risa nos hace sentir más cómodos, más seguros y más humanos.
Incluso en el ámbito terapéutico, el humor ocupa un lugar importante. Aunque no todas las situaciones lo permiten, cuando aparece naturalmente, puede ser profundamente terapéutico. Reír junto a otro, aún en medio del dolor, puede abrir una puerta a una mirada más liviana y esperanzadora.
Y si bien es cierto que algunas condiciones de salud mental pueden interferir con la capacidad de reír o disfrutar del humor —como la depresión o enfermedades neurodegenerativas—, en general, cultivar el humor es posible. Se puede entrenar: rodeándonos de personas que nos hagan bien, viendo o leyendo cosas que nos hagan reír, permitiéndonos el ridículo, y sobre todo, no tomándonos todo tan en serio, todo el tiempo.
Porque reír no es banalizar. Es, muchas veces, una forma sabia de mirar la vida.
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