Solo lugar para sobrevivir

Si las mujeres del siglo pasado necesitaban un cuarto propio donde poder escribir, y quinientas libras al año, las mujeres de esta sociedad acelerada necesitan un espacio propio (físico y mental) y fundamentalmente algo de tiempo para poder desarrollar un potencial creativo. En un contexto de crisis, en el que las tareas de cuidado recaen casi exclusivamente en las mujeres, el ocio, el placer, la búsqueda de lo singular, lo recreativo, está vedado.
Por Martina Dentella
En algún momento tuve una relación estrecha con la pintura. Fue durante el secundario y los primeros años de la vida universitaria. Fue una relación poco constante, poco entrenada y dificultosa. Hace un par de años una compañera de taller compartió una imagen que logró conmoverme. Nunca antes una pintura había tenido ese impacto en mí. Se llama -lo busqué- Interior con muchacha leyendo, es de Peter Ilsted y se encuentra actualmente en Copenhague, en el Museo Estatal de Arte.
En la obra hay una mujer disfrutando de un libro durante el atardecer. El reflejo del sol que atraviesa la ventana ya no la alcanza. Quizás quedó atrapada en la lectura en esa posición, medio encorvada. La habitación está amueblada con objetos oscuros y la luz es tenue. La joven lleva puesto un vestido verde y tiene el pelo castaño recogido en un moño. Su rostro está inclinado hacia el libro y parece estar absorta.
Puedo intentar describirla, lo que no logré descifrar nunca es aquello que la volvió memorable.
En su famoso ensayo "Un cuarto propio" (1929), Virginia Woolf argumenta que las mujeres necesitaban dos cosas esenciales para escribir de manera libre y creativa hace casi cien años: un espacio propio y quinientas libras al año.
Es decir, un lugar tranquilo y privado donde puedan concentrarse sin interrupciones y una cantidad de dinero que les brinde seguridad económica e independencia, y las libere del trabajo remunerado para dedicar su tiempo por completo a la escritura.
En uno de los fragmentos más conmovedores de ese libro en particular, y de todo lo que he leído.
Dice: 'Realmente, pensé, guardando las monedas en mi bolso, es notable el cambio de humor que unos ingresos fijos traen consigo. Ninguna fuerza en el mundo puede quitarme mis quinientas libras. Tengo asegurados para siempre la comida, el cobijo y el vestir. Por tanto, no sólo cesan el esforzarse y el luchar, sino también el odio y la amargura (...) Imperceptiblemente, fui adoptando una nueva actitud hacia la otra mitad de la especie humana. Era absurdo culpar a ninguna clase o sexo en conjunto. Las grandes masas de gente nunca son responsables de lo que hacen. Recorred cualquier avenida dedicada a los trofeos y al cañón y reflexionad sobre la clase de gloria que allí se celebra. O ved en una soleada mañana de primavera al corredor de Bolsa y al gran abogado encerrándose en algún edificio para hacer más dinero, cuando es sabido que quinientas libras le mantendrán a uno vivo al sol'.
Woolf utiliza la cifra de quinientas libras como referencia a lo que ganaba un hombre de clase media en esa época, consideraba que esta cantidad era necesaria para que las mujeres pudieran vivir sin preocupaciones financieras y tener la libertad mental para desarrollar su potencial creativo.
Se puede extrapolar a cualquier actividad recreativa o artística. Se necesita tiempo, espacio y dinero para poder sostenerla. Algo que en una sociedad de prisa, con recursos económicos ultra escasos, salvajemente individualista y desigual, es letalmente imposible.
Miro Interior con muchacha leyendo, pienso en el juego de palabras y pienso que, quizás, sean esos momentos los que permitan llevar una vida digna. Un tiempo de ocio, de juego, de contemplación, de placer.
Escribo esto, mientras los índices respectivos a las tareas de cuidado se publican y dan miedo, y las políticas anarco-liberales de Javier Milei y su equipo de gobierno arrastran de a miles a la pobreza, y no dejan espacio para nada que no sea sobrevivir.
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